miércoles, 13 de octubre de 2010

escuela antigua

ESCUELA ANTIGUA
La palabra "economía' se deriva del griego oikono- Mike (oikos = todo lo que uno posee; nomos = administración); en el sentido empleado por los griegos, la palabra venía a significar el acto de administrar prudente y sistemáticamente el patrimonio familiar. Sin embargo, Aristóteles, que se interesaba sobre todo por la obtención de un ingreso para el estado, usaba con frecuencia la expresión "economía política”. Por este motivo, al final de la Edad Media, cuando resurgió con gran fuerza la preocupación por el tema y los estadistas estudiaban el arte de hacer a los pueblos ricos y autosuficientes por medio de regias jurídicas nacionales, se familiarizó la expresión economía política.  A pesar de los alegatos en favor de otros nombres, tales como economía civil, economía nacional, cataláctica, crematística y plutología, este tér­mino prolongó su predominio hasta finales del siglo XIX. Por entonces, cuando la atención de los pensadores se trasladó de las causas políticas a las sociales, como condicionantes del progreso económico de los di­versos grupos de la sociedad, de nuevo se relegó a segundo plano la vieja expresión griega. Al publicarse en 1890 el libro de Marshall: Principios de economía, la marea cambió en forma definitiva.
La expresión más breve, aunque más lata, se usa todavía con fre­cuencia, sin duda por la fuerza de la costumbre, y es fácil reconocer que quizás, en gran parte, la razón del uso cada vez más general del término es su brevedad y no su claridad. De la simple consideración de la eco­nomía doméstica en la Antigüedad clásica ha surgido la actual dife­renciación de la ciencia en innumerables disciplinas. Las expresiones finanzas públicas, economía agrícola, comercio internacional, finanzas corporativas, dinero y bancos, transportes y ciclo económico son sólo unas cuantas de las que con el tiempo han puesto en boga los econo­mistas en su celosa búsqueda de la verdad.
Ya sea que juzguemos a la Economía, conforme lo hacen Tomás Carlyle y otros, como la más aburrida de todas las ciencias o, por el contrario, como el tema de estudio más fascinador, es evidente que su objeto es el mayor de los dramas humanos: los esfuerzos del hombre por conseguir lo que necesita para satisfacer el número siempre mayor y más variado de sus necesidades. La naturaleza rara vez otorga sus dones con liberalidad; ceba el cepo con limitaciones en la cantidad de alimentos que se producen naturalmente, y proporciona un nivel normal de nacimientos más elevado que el de muertes naturales. Por eso jamás tendrá fin la lucha de la humanidad para escapar de la necesidad. El hombre, preso entre sus deseos insaciables y una naturaleza tacaña, dedica la mayor parte de sus horas de vigilia al drama económico, en el que inevitablemente se ve envuelto.
Éstas son, pues, las piedras angulares en que descansa la estructura de la economía. Los seres humanos han vivido desde sus orígenes en alguna forma de unión social; por eso la economía se ocupa del hombre como miembro de la sociedad y, al igual que las otras ciencias sociales, su problema central es el de la conducta de los seres humanos en sociedad. Por muy marcados y precisos que sean los límites de sus objetivos, la economía se halla ligada íntimamente con la historia, la ciencia política, el derecho, la sociología, la antropo­logía, la ética y, en forma más patente todavía, con la psicología. A causa de esta íntima relación, es a veces difícil aislar ciertos problemas económicos y no políticos o sociológicos, por ejemplo. Si se acepta que las cuatro ramas principales del conocimiento son: humanidades, ciencias físicas, ciencias biológicas y ciencias sociales, puede decirse que la economía incluye dentro de sus amplios límites la casi totalidad del campo humano del saber y, en consecuencia, justifica todo método científico.
Trasfondo de la economía antigua: Las ideas acerca de la relación del hombre con su medio material deben ser tan viejas como la propia vida humana. Los fenómenos económicos, empero, han exis­tido siglo tras siglo en la vida relativamente simple y estática del hombre primitivo antes de que surgiese en forma explícita algún in­tento de análisis. Las comunidades antiguas estaban organizadas princi­palmente para la guerra. La vida económica descansaba por lo general en la esclavitud. Unos cuantos grandes propietarios eran dueños de la tierra, los esclavos proporcionaban la mayoría del trabajo en el taller y en el campo, la inmensa mayoría de la población soportaba una vida de extrema penuria, la costumbre y las castas imponían una barrera casi infranqueable al progreso individual y a la invención de maquinaria que ahorrase trabajo; y además, por lo general, los pensadores de aque­llos tiempos pertenecían o simpatizaban con la clase dominante. En resumen, la vida económica de los antiguos era limitada y monótona en un grado que rebasa la comprensión del participante medio en los millares de actividades del mundo moderno. Dada la exigüidad de los fenómenos económicos, la minuciosa regulación de la vida cotidiana, la íntima identificación del individuo con el estado, y la frecuente indi­ferencia de los pensadores es, en realidad, sorprendente que en el pobre suelo de las culturas más primitivas floreciese en alguna forma la es­peculación económica.
En los albores de la historia propiamente dicha, la reflexión y es­peculación alcanzaron su máximo grado de desarrollo en las civiliza­ciones orientales. Las más recientes investigaciones han sacado a la luz muchas cosas de interés y valor para los economistas, descubiertas en la literatura, las costumbres, las instituciones y las leyes de los babilonios, asirios, caldeos, egipcios, fenicios, judíos, árabes, hindús y chinos. No obstante, estas civilizaciones eran tan diferentes que el generalizar acerca de ellas si no se hace sobre una base lo más amplia posible, nos ofre­cería una imagen falsa. Es de esperar que las excavaciones e investiga­ciones ahora en progreso descubran en un futuro relativamente próxi­mo valiosa información en un campo que, hasta ahora, los economistas han descuidado demasiado.
Primeros temas económicos: En términos generales, puede de­cirse que los temas más manejados por los poetas y filósofos de aquellos días, o que se perciben implícitamente en costumbres, instituciones y leyes, o estudiados en algunos tratados, han sido la propiedad y el cul­tivo de la tierra, los méritos y deméritos de las diversas ocupaciones, la aparición del monopolio por oposición a la competencia, la regla­mentación de precios, el trabajo y los salarios, la pobreza, la falsificación de moneda, los pesos y medidas, dinero y banca, impuestos, y progra­mas de reforma social y económica. Así, por ejemplo, el Código de Hammurabi, redactado aproximadamente hacia el año 2000 a. c. esta­blece tipos de salarios para los artesanos y fija el precio del ganado para los babilonios de aquella época. Confucio (551-479 a. c.), funcionario público, historiador y destacado maestro de historia primitiva china, habló en favor de la regulación de precios por el gobierno, de la crea­ción por el estado del retiro para la vejez, de la igualdad y universa­lidad de los impuestos y de la abolición de las tarifas aduanales. Cha- nakya, estadista hindú, se ocupó con extensión, en un libro de más de un millar de páginas, de numerosos problemas económicos, dedicando especial atención a las cuestiones relativas a la administración agrícola. Por fin, los profetas del Viejo Testamento, tales como Amós, Oseas, Isaías, Jeremías y Ezequiel, se lamentaban de la tiranía y opresión de que eran testigos presenciales, llamando la atención sobre los peligros de la época, e imaginaban tierras utópicas en las que al fin prevalecería la justicia en todos los asuntos humanos.
Las ideas aristotélicas respecto al valor: Aristóteles sostuvo que todo artículo tiene dos usos. Hay uno adecuado, verbigracia, cuando los zapatos se emplean en calzarse y otro inadecuado o secundario, por ejemplo, cuando los zapatos se cambian por alguna otra cosa. A. este efecto, examinó lo que los economistas modernos han llamado valor en uso y valor en cambio. Antes que él, Platón y otros muchos apenas habían arañado la corteza de esa cuestión, contentándose en general con declarar que el valor es algo inherente a un objeto.
Aristóteles, con su agudeza característica, llegó más lejos y razonó que el valor en cambio se deriva del valor en uso, y su patrón de medida son las necesidades del hombre. Es evidente que hoy día, al cam­biar productos, consideramos sobre todo el problema del valor compa­rativo. No debe tenerse en cuenta el costo de producción sólo, sino también la capacidad de los productos para satisfacer las necesidades humanas, capacidad que los economistas dignifican hoy día con el nom­bre de utilidad. Sin embargo, hay que alabar a Aristóteles por haber visto que el valor no es una cualidad inherente a un producto o nece­sariamente ligada a él, sino algo que surge, en general, por razón del costo de producción, de un lado, y la utilidad, de otro. En otras palabras: la interacción de las fuerzas de la demanda y la oferta es lo que deter­mina las condiciones en que se verifica el intercambio. Aunque su noción del valor más bien tenía un carácter subjetivo que objetivo, sus escritos expusieron ya los rudimentos de las teorías del costo de producción y de la utilidad, cuyo ajuste ha ocupado la atención de los pensadores hasta nuestra época.
Ideas relativas al dinero y a los préstamos: Declaró que el dinero es necesario, con el fin de que los productos puedan intercam­biarse eficazmente en un estadio de la civilización más adelantado que la simple economía de trueque. El dinero hace conmensurables aquellas cosas que no lo son. Además de servir como medio de circulación y medida de valor, realiza también las funciones secundarias de conser­vación del valor y de patrón para determinación de pagos futuros. Aun cuando el valor del dinero varía, tiende a ser más constante que el de cualquier otra cosa, aparte que el estado puede anular su valor en cualquier momento con las modificaciones adecuadas. Terminó diciendo que el dinero no debe confundirse con la riqueza, porque si bien el dinero es riqueza, no toda la riqueza es dinero.
En contraste con estas correctas observaciones acerca de la natura­leza del dinero, está la errónea noción de la productividad de los prés­tamos. Afirmó que el dinero, lo mismo que el cambio, es estéril, puesto que una moneda no puede engendar otra; el cambio no es sino el intercambio de cosas equivalentes. De acuerdo con ello condenó con acritud el interés. La explicación de este punto de vista estriba en el hecho de que en aquella época, como en los siglos pasados, los présta­mos se consideraban más como dinero que como capital. Por lo general, los préstamos no se hacían con fines productivos, sino como simples préstamos personales para casos de apuro. Sólo mucho después, cuando  apareció el capital industrial, se comprendió con mayor claridad la  función del capital.     
Aristóteles hubiera excluido de toda participación en el gobierno del estado a aquellas clases de la sociedad que se ocupaban de manera directa de satisfacer sus necesidades materiales. Insistió, lo mismo que Platón, en que la población fuese exactamente proporcional a la extensión del territorio de cada ciudad, y recomendó, también, una sencilla división de ocupaciones.      
Por último es de interés para los economistas su actitud respecto del comunismo de Platón. Después de despachar rápidamente el problema de la comunidad de esposas, afirmó, con argumentos convincentes, que una propiedad comunal general no daría buenos resultados y  que el principio de la propiedad privada está profundamente arraigado en los instintos del hombre. En general, sería mucho mejor cierto uso en común, en cuanto fuera practicable (por ejemplo, la comida en comunidad) que la propiedad en común. Con su protesta contra el  individualismo excesivo que prevalecía entonces entre los griegos, aunque no se oponía a desigualdades razonables, sentó las bases de la proposición fundamental de que la reforma de los males sociales se realizará cuando se hayan corregido los defectos de la naturaleza humana.

Roma: La historia de Grecia es el relato de una cultura que siglos  después proporcionó la base para el lenguaje y la literatura, el arte, la filosofía y las instituciones democráticas de gobierno de la moderna civilización europea. Por el contrario, la historia de Roma es un relato de conquista tan vasta que en algunos momentos la civilización romana se extendió a casi todo el mundo entonces conocido. Los romanos establecían, al conquistar, la ley y el orden. Fueron los grandes constructores de la antigüedad: ciudades, estadios, carreteras, monumentos, barcos, fortalezas. Su misión fue militar y política; su carácter, predominantemente realista y práctico. Apenas si hay algún rastro de obras originales de filosofía o de la mayoría de las ciencias. Sus puntos de vista económicos fueron, en su mayor parte, reflejos pálidos de los que habían sostenido los eminentes escritores de la antigua Grecia. Los romanos tomaron prestado lo que los griegos habían creado.
Aparte de observaciones aisladas que pueden espigarse en las obras de los satíricos Juvenal y Apuleyo, de poetas como-Virgilio, Horacio, Ennio y Ovidio, y de historiadores tales como Tito Livio y Tácito, las contribuciones fragmentarias de Roma a la corriente del pensamiento económico proceden de tres grupos de escritores: los filósofos, los que escribieron sobre agricultura y los juristas.

Cicerón: Los filósofos más famosos fueron Cicerón, Séneca, Plinio el Viejo, Marco Aurelio, Epicteco y Lucrecio. Cicerón, aristócrata reac­cionario, estudiante bajo la dirección de muchos maestros, mucho más jurista que filósofo, y probablemente la figura que más influyó en la vida intelectual romana, escribió acerca de las diversas clases de ocupa­ciones y su respetabilidad. Sostuvo que la industria y el comercio me­recían el mayor desprecio, excepto los realizados en gran escala, pero estimaba que la agricultura era digna de los más cálidos elogios. Afir­maba que en los talleres no había nada digno del status de un caballero; los pequeños comerciantes deben mentir si quieren tener éxito. En sus discursos pueden encontrarse alusiones acerca de los factores que domi­nan el precio, la naturaleza del dinero, los impuestos, la inconveniencia de la libertad de comercio, la necesidad de la esclavitud, las ventajas de la división del trabajo y la pecaminosidad de la percepción de intereses. Es interesante su defensa de la propiedad privada.
Los estoicos: Séneca, Marco Aurelio y Epicteto representan el punto de vista de los estoicos; censuraron la avaricia y el lujo, descri­bieron la monstruosidad de la esclavitud y exageraron las ventajas del comercio entre las naciones. Plinio el Viejo, en su Historia natural, examinó la importancia relativa de las propiedades agrícolas grandes o pequeñas, lamentó el creciente empleo del trabajo de los esclavos, y manifestó su preferencia por una economía de trueque mejor que una monetaria. Lucrecio, principal poeta-filosófico de Roma, reafirmó las actitudes epicúreas.
Los agrónomos: Entre los escritores sobre agricultura sobresalen Catón, Varrón, Columela y Paladio y el omnipresente Plinio. En su mayor parte vivieron durante el período de la decadencia de la historia romana; a veces basaron sus obras en los tratados cartagineses de agro­nomía, y escribieron acerca de una gran variedad de temas. En general, se esforzaron por restaurar las saludables condiciones que habían pre­valecido en la sencilla vida rural de la Roma primitiva. Preocupados tanto por la técnica como por la economía agrícola, estudiaron los pro­blemas del estado autárquico, llamando la atención hacia las desventajas económicas de la esclavitud; lanzaron invectivas contra el crecimiento de las grandes propiedades agrícolas y contra los propietarios absentistas, dieron consejos respecto de diversos métodos de cultivo y empleo de las cosechas, y abogaron por la restauración de las pequeñas propie­dades como antídoto pata la degeneración moral de su tiempo.
Preeminencia del derecho romano: Aunque Roma contribuyó muy poco, si es que contribuyó en algo, al adelanto de las ciencias naturales, sin embargo, hizo aportaciones de tal importancia en el campo de las ciencias sociales, que se las considera como uno de los dones más valiosos a la historia de la civilización. En efecto, los romanos crearon tanto una ciencia como un arte del derecho el que, en los siglos posteriores, se convirtió en la base de los sistemas legales de numero­sos países continentales y al cual aun el common law de Inglaterra y Estados Unidos debe algunos de sus principios. Al convertirse Roma de ciudad-estado en imperio, el derecho civil (jus civile) que se aplicaba sólo a los ciudadanos romanos, dio paso, gradualmente, a un derecho más elaborado y racional (jus gentium), un derecho común a todas las naciones. De éste surgió en su momento el jus naturale, un derecho que fue calificado de "natural" por creer que sus ideas legales básicas eran comunes a todos los pueblos. Durante el reinado de Justiniano (527- 565 d. c.) se coleccionaron y codificaron todas las fuentes del derecho romano en el famoso código denominado Corpus Juris Civilis, que contiene valiosísima información respecto de las instituciones econó­micas de Roma.
En los escritos de juristas tales como Papiniano, Paulo y Gayo, se contiene lo más del pensamiento económico original atribuible a los pensadores romanos. De un lado debe advertirse su desusadamente hábil empleo de la abstracción y la exacta formulación de ideas. De otra parte, existe un minucioso, aun cuando a veces imperfecto, análisis de ciertos conceptos económicos. Aparte de algunas investigaciones sobre la naturaleza y significación del dinero, y las observaciones con­vencionales acerca de la esclavitud, el interés, el dominio del lujo, la población y otras por el estilo, los juristas romanos enunciaron la teoría de la omnipotencia del estado, disociaron el derecho de la religión, fundaron el moderno derecho de propiedad y generalizaron mucho la libertad de contratación. Alejándose de la familia, el clan y la iglesia, sentaron las bases y fortalecieron la doctrina de la superioridad del estado respecto de todos sus rivales.
Quizás por primera vez en la historia se reconoció al individuo la inmunidad contra los actos arbitrarios de su superior, el estado, y el derecho de hacer uso de su propiedad como lo creyese conveniente. Desapareció la propiedad comunal en favor de unos derechos indivi­duales rígidamente definidos, que no sólo incluían el derecho de dis­frutar, sino el de destruir: en resumen, la propiedad privada con muchos supuestos modernos, incluso el privilegio de la donación sin trabas.
Los usos locales pasaron al derecho imperial. La libertad de contra­tación, con todo lo que de bueno o de malo supone para el sistema económico moderno, se estableció firmemente como una de las instituciones fundamentales hechas por el hombre.
Cristianismo: El cristianismo contribuyó al pensamiento econó­mico antiguo con ideas de significación más o menos revolucionaria, al mismo tiempo que confirmó y fortaleció otras enseñanzas. La filosofía de los estoicos había atraído a la atención de un mundo griego atemo­rizado los conceptos de igualdad natural del hombre ante Dios y la inherente dignidad del trabajo. El cristianismo reavivó y popularizó estos conceptos. En realidad, la verdadera esencia de la teología cristiana dimana de la filosofía y metafísica griegas. Sostuvo que la esclavitud y el sistema de castas eran antinaturales y condenó ambos, y se esforzó formalmente por mejorar la suerte de las mujeres. El trabajo manual fue defendido constantemente como un ideal, tanto para los clérigos como para los seglares. Aunque entre algunos cristianos primitivos se practicó la comunidad de bienes en general, tanto los padres de la igle­sia como el mismo Jesús, defendieron la propiedad privada. Los puntos de vista respecto al dinero, usura y comercio continuaron dentro de los moldes convencionales.


LA EDAD MEDIA
Todavía no se han puesto de acuerdo los hombres de ciencia acerca  del período cronológico que comprende propiamente la Edad Media. La expresión tuvo su origen en la terminología empleada por cierto humanista holandés en el siglo XVII, quien dividió toda la historia hu­mana en tres períodos: historia antigua, hasta el fin del reinado de Constantino el Grande, historia medieval, desde 337 d.c. hasta la caída de Constantinopla en 1453; y la historia moderna, desde 1453 en adelante. A partir de entonces, esta división tripartita ha ido ganando general aceptación y las expresiones "medieval" y "Edad Media", se han hecho ya convencionales y arbitrarias. En términos muy generales, la Edad Media ocupa aproximadamente un millar de años de la historia de la Europa occidental, a partir de un momento del siglo V, que no puede precisarse hasta los siglos XIV o XV.
Cultura medieval: También son confusas las opiniones acerca de la naturaleza de la cultura que caracteriza esta época. Sin embargo, cada vez se acepta más que el desarrollo cultural de la Edad Media no debe considerarse desde el único punto de vista de los siglos que abarca, sino también de las diversas regiones del globo que fundada­mente pueden reclamar la posesión de cierta clase de cultura durante esta era tan mal delimitado. Así, por ejemplo, la llamada Edad tene­brosa, que abarca del siglo V al IX, fue oscura para el occidente de Europa sólo, y para Inglaterra e Irlanda en menor grado que para aquella parte del mundo sometida más directamente a los conquista­dores germanos del antiguo imperio romano. En el imperio oriental ("bizantino" desde el comienzo del siglo VII), del que era capital Cons­tantinopla, no se operó el retorno a un tipo de cultura sin madurez. Aunque consagrada casi exclusivamente a recuperar y reelaborar la antigua ciencia helénica, la ciencia bizantina mantuvo, al menos, duran­te muchos siglos la cultura de los griegos y prestó un servicio incalcu­lable al transmitir esta ciencia a los pueblos occidentales hacia el fin de la Edad Media.
La cultura musulmana o islámica fue muy superior a cualquiera de las existentes en la Europa cristiana con anterioridad al siglo XIV, La civilización resurgió en el mundo musulmán, desde España en occi­dente, hasta Java en Oriente, en una época en que envolvía al occidente europeo un oscurantismo más o menos denso. Es cierto que el Islam hizo muy poco directamente para alentar la ciencia, pero gracias a su tolerancia y liberalidad opuso poca resistencia a los esfuerzos y la acti­vidad científicos. Rivalizando con la reapertura de la Universidad de Constantinopla, en el año 863, se fundaron las universidades musul­manas de Bagdad en el siglo IX  y de El Cairo, en Egipto, y Córdoba, en España, durante el siglo X Los discípulos de Mahoma se apropiaron los restos del arte, la ciencia y la literatura greco-romanas, combinándolas con la sabiduría de Cartago, la India y el Oriente, y transmitieron este saber, que habían tomado prestado, a los cristianos de Europa a través de la puerta de la civilización hispánica.
Finalmente, en cualquier estudio extenso de la Edad Media, hay que tomar en cuenta también otras civilizaciones que florecieron en partes remotas del mundo; las de los incas del Perú y de los aztecas de México y de modo más especial la de China. China se mantuvo, hasta casi el siglo XIV, a la cabeza de todos los demás países contem­poráneos en las actividades científicas y artísticas, conservando su supre­macía hasta los albores de los descubrimientos científicos modernos.
Influencia del cristianismo: Si se pretende determinar cuál fue la transformación más significativa operada en la cultura de la Europa occidental durante la época medieval, hay que proclamar que fue la que se produjo como consecuencia del entronizamiento del cristianismo. Puede decirse que, prácticamente, todo el territorio europeo se había hecho cristiano hacia el año 1000. Por su naturaleza peculiar, la iglesia era una organización cosmopolita, lo que confería, una cierta unidad a esa parte del mundo que las legiones romanas habían sometido por algún tiempo a un orden establecido. Por añadidura, la cristiandad se sometió a una ética rígida y aceptó la creencia de que todas las relacio­nes humanas deben regularse en forma que garantice la salvación eterna del alma. En consecuencia el factor económico se subordinó a estas consideraciones más importantes, y toda especulación sobre pro­blemas económicos tendió a ligarse con el tema mucho más amplio de la moralidad privada. La teología se convirtió en la ciencia de las ciencias.
Durante los primeros cinco siglos de la Edad Media la sabiduría fue decayendo constantemente en la cristiandad occidental. Con la desintegración del imperio romano y bajo los talones de los invasores nórdicos, casi desaparecieron la floreciente actividad comercial y el nivel  relativamente alto del alfabetismo de Roma. No sólo no se reemplazó la vieja sabiduría pagana con otra nueva de cierta importancia, sino  que se perdieron en gran parte, los tesoros de la literatura y la ciencia griega y latina por obras de la destrucción premeditada de un número indecible de volúmenes.
Todos los historiadores, filósofos y poetas lo pasaron mal. De los poetas griegos y latinos sólo sobrevivieron con cierta integridad Homero, Virgilio, Horacio, Séneca y Ovidio. De los historiadores griegos y latinos apenas se conservó una obra completa, y de los filósofos es muy poco también lo que ha pasado a la posteridad. En los monasterios y es­cuelas monásticas, que eran los únicos y escasos centros de enseñanza, se copiaron y conservaron las obras maestras de los griegos y latinos que pudieron escapar a la devastación de la época medieval. Mientras duró el dominio de las razas germánicas sobre el territorio conquistado, las únicas personas cultivadas en Europa eran los clérigos. Aquí y allá surgió algún talento brillante, como Agustín, Erigen y Gerbert (después papa con el nombre de Silvestre II), y en Italia aparecieron los primeros  ensayos de universidades en ciudades como Salerno y Bolonia. Sin embargo, en términos generales, los pueblos europeos se hundieron en un  estancamiento industrial y su correspondiente oscurantismo intelectual. La esclavitud, convertida más tarde en servidumbre, continuó siendo el destino de la mayoría de los trabajadores; la humanidad retornó a un primitivo sistema de trueque; se afirmó el feudalismo, análogo a la antigua ciudad-estado; la superstición reemplazó a la ciencia.
Desarrollo económico: Durante los siglos XI y XII comenzó a emerger una nueva economía e hizo su aparición el segundo estadio de la época medieval. Aunque la agricultura continuó siendo lo más importante, las ciudades aumentaron en número y tamaño; comenzó a cesar el aislamiento social de las comunidades aldeanas; bajo los gremios florecieron las artes y se reanimó la industria y el comercio como resultado de la influencia estimulante de las Cruzadas. Francia e Inglaterra alcanzaron un grado considerable de cohesión nacional. En las ciudades, la servidumbre fue abriendo paso a la libertad. Se incre­mentó el uso del dinero. En otras palabras, una economía doméstica, sencilla e independiente, extendió y profundizó sus bases para trans­formarse en una economía más amplia.
Junto a estas transformaciones fundamentales de la vida económica se produjo un renacimiento de la actividad intelectual que iba a pre­parar el camino para el extraordinario despenar del interés por el arte, la literatura, la ciencia y la filosofía en el siglo XIV. La Política de Aris­tóteles se introdujo de nuevo en la Europa occidental a través de una traducción latina; se fundaron numerosos colegios y universidades en París, Oxford, Cambridge y otras partes, hasta que al cerrarse la Edad Media existían aproximadamente ocho; y Abelardo, Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Roger Bacon —para no citar otros— ocupan el primer plano como maestros de la inteligencia. La Edad Media, que nunca fue una época estática, se hizo más dinámica todavía.

El derecho canónico y el escolasticismo: Hubo en esta larga época ideas económicas, pero rara vez —si es que alguna— como ideas independientes, y ciertamente no las hubo muy abundantes antes de los siglos XII y XIII. Alcanzó su expresión máxima en dos series de obras notables, el derecho canónico o eclesiástico y el escolasticismo. El dere­cho canónico, elaborado por la iglesia católica a base de la aplicación a los problemas y procedimientos de la iglesia del antiguo derecho civil romano, fue codificado por Graciano, un sabio monje, en 1142. El esco­lasticismo representa el esfuerzo de los teólogos para fusionar la filosofía griega, en especial la de Aristóteles, con la doctrina cristiana. Los esco­lásticos no trataron tanto de explicar los fenómenos como de establecer normas de conducta absolutas basadas en cienos patrones religiosos. Su pensamiento económico se reduce a dos postulados: que las consideraciones económicas carecen de importancia, pues el mundo presente es sólo la preparación para el futuro, y que la actividad económica es tan sólo un aspecto de toda la actividad humana y por consiguiente debe juzgarse de conformidad con las normas de moralidad. En gene­ral puede decirse que existió un gran acuerdo entre las doctrinas de los economistas y de los escolásticos.
De toda la poderosa hueste de teólogos medievales, el más grande, sin duda, fue Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el conocido prín­cipe de los escolásticos. Aunque los escolásticos menores, Alejandro de Hales, Enrique de Gante, Alberto Magno, Antonino de Florencia, Bernardino de Viena, el Cardenal Lugo, John Duns Scoto, Guillermo de Ockham y Gabriel Biel, el último de los escolásticos, ayudaron a construir y refinar la unión de la teología agustiniana y la lógica aristo­télica, que se conoce con el nombre de escolasticismo, la teología alcanzó la cima de su desarrollo en las obras de Santo Tomás. Con laboriosidad extraordinaria escribió no menos de sesenta obras durante su vida rela­tivamente breve; la más importante, con mucho, es la Summa Tbeologica.
Ética económica medieval: Al aceptar con toda sinceridad el principio de Aristóteles de que "el hombre es por naturaleza un animal social", la teología medieval afirmó que todos los hombres son iguales por naturaleza, que el estado se ha hecho para el hombre y no el hom­bre para el estado, y que hay un límite normal a la extensión de la intervención gubernamental en el esfuerzo individual. En consonancia con esto, el objeto de mayor controversia fue la amplia concepción de la idea de justicia. Que nadie reciba lo que no merezca; que todos los hombres traten a sus semejantes como hermanos. De seguro que nunca ha existido en la base del razonamiento y la enseñanza económicos una idea tan noble.
Por tanto, la teoría económica se enfrentó, en primer lugar, con el  problema de qué es la justicia: justicia en la posesión de propiedad, justicia en las relaciones del patrón con sus empleados, justicia en el comercio, en la fijación del precio, en la usura.
A pesar de cuanto dijeron los primeros padres de la iglesia sobre la conveniencia de una forma comunista de vida, todo parece indicar que este elogio del comunismo sólo era la alabanza de un estado ideal, estado que el hombre había perdido desde hacía tiempo por su pérdida de la gracia. La propiedad privada se consideró como un mal necesario o, al menos, "como natural al hombre" y, por lo tanto, no podía ser en forma alguna contraria al derecho natural. Pero además, Santo Tomás sostiene, de acuerdo con Aristóteles, que si bien la propiedad de las cosas debe ser privada su uso debe ser común en cierto grado. Por eso se consideraba como una obligación el socorro a los pobres y la riqueza como medio para un fin, que no era sino el logro de una vida virtuosa. Ni la riqueza ni la pobreza en sí eran buenas. Acorde con esta concep­ción era la condenación casi general de la esclavitud como incompatible con la inmortalidad del alma humana. No menos importante era la acepción de la justicia de cieno grado de desigualdad en la posesión de riqueza, debida a las desigualdades en las dotes innatas para ganar dinero y a las diferencias de medio.
Precios: En los primeros tiempos de la Edad Media los precios tendían a fijarse de acuerdo con la costumbre. Los productos, como ha ocurrido durante innumerables siglos, se hacían en su mayoría en la casa   y se consumían en ella. Cuando se destinaban a la venta se producían; bajo la jurisdicción de los gremios de comerciantes y artesanos. Si se traían del extranjero, no podían comprarse al mayoreo para venderse después al por menor. Ganase lo que ganase el vendedor con su comerció, se suponía que era a expensas del comprador. Por consiguiente, lo j mismo que los antiguos, consideraban a la industria y el comercio muy inferiores moralmente a la agricultura e incluso a los oficios manuales.
La influencia de la costumbre en la fijación del precio comenzó  a disminuir en forma considerable como resultado de la rápida des­aparición de la esclavitud en favor de una condición de servidumbre más transitoria, de la emancipación de las clases trabajadoras en las ciudades y aldeas, del crecimiento de la empresa a partir de los siglos XI y XII y de la decadencia gradual de la anticuada teoría de considerar los negocios como una actividad antinatural. Los gobiernos locales, incapaces ya de guiarse por la costumbre y obligados a enfrentarse, al fenómeno de la competencia, se vieron obligados a intervenir y regular los precios. De este modo surgió el problema de elegir una base adecuada para fijarlos.
En aquel tiempo, al menos, la teoría y la práctica coincidían, en general, en esta cuestión. Lo que principalmente Se tomaba en cuenta para determinar el costo de producción era el costo del trabajo, puesto que los artesanos trabajaban con sus propias herramientas, en su pro­pia casa o taller y apenas sí se daban cuenta de la importancia del capital. No obstante, los escolásticos y canonistas fueron más allá de un mero análisis de producción y elaboraron una teoría del precio justo que contenía los gérmenes de la moderna doctrina del valor. Por ejemplo, se dieron cuenta de que el valor (la importancia imputada a los productos, su poder de cambio) no era, de ninguna manera, algo absoluto, intrínseco y objetivo. Como dijo Santo Tomás: "no habría cambio si los hombres no tuvieran necesidades". Atribuyendo, correc­tamente, el origen del valor a las necesidades de los hombres, pensaron luego que las cosas son valiosas porque los hombres las necesitan y los hombres las necesitan porque tienen la facultad de satisfacer nece­sidades y están limitadas en cantidades y, por tanto, son más o menos intercambiables por otros productos. Así se vio que el valor de una cosa no depende de la opinión de alguien sino de la importancia o justifi­cación de una necesidad satisfecha; pero, sobre todo, de la interacción de las fuerzas de la demanda y la oferta.
Valor: De consiguiente, ni la necesidad de cualquier individuo ni el costo individual de producción podría explicar la naturaleza del valor. Por el contrario, el valor se fundaba sobre la estimación que había en toda la comunidad acerca de la utilidad social del producto o productos cambiados, la estimación común determinaba el valor, y el justo precio era el que surgía, dentro de ciertos límites, con motivo de esta estima­ción común. Como advirtió Santo Tomás, el justo precio no siempre puede fijarse con exactitud y precisión absolutas; pero en un momento dado, así lo afirmaban los teólogos medievales, todo producto tiene un precio justo, un precio basado en un valor legítimo, y con este criterio los legisladores medievales pusieron manos a su tarea de fijar el precio.
El concepto del salario justo estaba al nivel del principio del precio justo. Se dijo que el salario justo era aquél que permitía vivir al obrero y su familia con razonable decencia en el medio de vida en que se encontraba.
En consecuencia, se juzgó universalmente justificable el dedicarse a la industria o los negocios, con el fin de recibir los beneficios del trabajo de uno, aunque durante muchas décadas se estimaron como prác­tica pecaminosa la reventa de productos a crédito a mayor precio que al contado. Evidentemente persisten todavía aquellas ideas éticas sobre la necesidad del precio justo y el justo salario como podemos ver en las modernas doctrinas sobre salarios, en las organizaciones de trabajadores típicas y en el establecimiento de salarios mínimos realizado por comi­siones de salarios y legislaturas, junto con numerosas resoluciones modernas de los tribunales, y leyes que promulgan tarifas medias o má­ximas para servicios suministrados por ferrocarriles y otros servicios públicos.

Interés: Un rasgo sorprendente del dogma del precio justo fue la prohibición de la usura, como contraria a las normas tanto de Aristóteles como de las Escrituras. Para el pensador medieval, usura no significaba originalmente el interés excesivo, cómo en nuestros días, ni siquiera el interés por el préstamo, sino todas las violaciones al precio justo. No obstante, con el tiempo el término sirvió para expresar cual­quier beneficio derivado del préstamo de dinero. En una época en que los préstamos no se hacían en general con fines productivos sino para aliviar alguna desgracia, se comprendía y era digna de elogio la prohi­bición de la usura.
Un préstamo de dinero se consideraba fundamentalmente como  un cambio en la propiedad y el interés como un impuesto sobre el trabajo del prestatario. Por otra parte, la noción medieval de justicia no admitía que pudieran sufrir pérdidas el prestamista o el prestatario. En consecuencia, a medida que los teóricos y los legisladores se esforzaron por mantener el ideal de justicia, se hicieron cada vez más numerosas las excepciones a la doctrina de la usura, debilitando la fuerza absoluta de la prohibición. La equidad exigía que el prestatario indemnizara al prestamista si éste podía probar que por causa de su préstamo había padecido una pérdida determinada o había perdido una oportunidad para beneficiarse con otra inversión, o había corrido con el riesgo de que no se le devolviese él préstamo. Finalmente, cuando hacia el fin de la Edad Media el capital comercial e industrial adquirió mayor preeminencia, la iglesia se vio obligada a reconocer una distinción necesaria y tardía entre interés legítimo y usura ilegítima.
Funciones gubernamentales: En general, los escolásticos expu­sieron el ideal del liberalismo o individualismo como opuesto al estado totalitario. Sostuvieron que el estado es una sociedad natural en la que funcionan muchas asociaciones menores, aunque coordinadas, y cada una autónoma dentro de su propia esfera, y todas cooperando para servir los intereses de los individuos que forman el estado, y reco­mendaron que la autoridad suprema redujera sus funciones reguladoras a un mínimo, excepto en casos de necesidad. En particular, las funciones económicas propias del gobierno se limitaban al cuidado de los pobres, la construcción y conservación de carreteras, el mantenimiento de un sistema de pesas y medidas preciso y el suministro de una cantidad de dinero metálico exacta e inmodificable.
Oresmes: Hacia fines de la Edad Media, la creciente cantidad de dinero en circulación y la terrible generalidad del envilecimiento de la moneda hecho por los príncipes llamaron la atención de muchos escritores, laicos y clérigos, hacia el importante tema de la teoría y funciones del dinero. De estos escritores, el más merecedor de que su fama perdure parece haber sido Nicolás Oresmes, quien murió en 1382 como obispo de Lisieux. Su libro, más que un tratado sobre el dinero, era una acu­sación magistral del envilecimiento de la moneda. En forma casi cien­tífica y realista anticipó gran parte de la moderna teoría monetaria ortodoxa. Enunció la teoría conocida más tarde como ley de Gresham de que la moneda mala, si se emite en exceso, expulsa a la buena de la circulación; y parece haber sido el primer hombre de ciencia en la historia que estudió con propiedad los problemas relacio­nados con el bimetalismo.



 AUTORES DE LA ESCUELA CLASICA






Aristóteles




(384-322 a.c) Se llama el padre de muchas ciencias y es el más sutil pensador del mundo antiguo y el discípulo más distinguido de Platón. Entrando en el campo de todo el saber, escribió importantes obras sobre poesía, historia, re­tórica y metafísica, que se caracterizan por recogerse en ellas todos los hechos susceptibles de observación y por su sistematización en una teoría digna de confianza. En contraste con el método sumamente abstracto y el exagerado idealismo de su maestro, está el conocimiento histórico-filosófico de Aristóteles, su prodigioso saber y su serio esfuerzo hacia la precisión científica.
Probablemente ninguno de sus numerosos tratados está dedicado al tema específico de la economía. Sin embargo, le atribuyen un tratado titulado Oeconomicus. Aristóteles reunió en varias obras casi todo el conocimiento sobre economía accesible en su tiempo y seguramente figura en primer lugar entre todos los griegos que se ocuparon de esta rama del saber.
Lo que más interesa a los economistas es la Política y, en mucho menor grado, la Ética Nicomaquea. La primera, que se basa en un examen de las constituciones de más de ciento cincuenta ciudades-estados, es un estudio de los principios de política y gobierno. Es uno de los libros más importantes de todos los tiempos; no sólo se anticipa en él mucho de lo que se ha escrito y llevado a la práctica en el dominio de la ciencia política durante los dos mil años que le siguieron, sino que ha influido, en muchos aspectos, sobre el pensamiento y las institucio­nes del siglo XX.
Defensa de la esclavitud. Después de describir el origen de la ciudad-estado, fundándolo, no en las necesidades económicas (como lo hizo Platón), sino en un desarrollo social natural de los primeros estadios doméstico y aldeano, hace Aristóteles su memorable defensa de la esclavitud. Platón había aceptado tácitamente esta institución; Aristóteles se embarca en una discusión filosófica sobre su nacimiento. Al decir que todas las formas de sociedad están compuestas de dos partes, los dirigentes y los dirigidos, afirma que la esclavitud es un fenómeno natural. Los esclavos son "herramientas vivas", que no tienen voluntad propia. Del mismo modo que en el individuo el cuerpo debe estar sometido inevitable y adecuadamente a un elemento superior, el alma, así hay personas que están hechas para servir a la sociedad únicamente con sus cuerpos y que, por lo tanto, están de modo natural subor­dinadas a otras dotadas de inteligencia y espíritu superiores. La escla­vitud era necesaria para que las clases dirigentes pudieran disponer de suficiente tiempo para dedicarse a las actividades del estado y artísticas; pero como la mayoría de los esclavos se obtenían en la guerra, distin­guió entre esclavos naturales y legales, sosteniendo con energía que sólo deberían utilizarse como esclavos las gentes de razas no helénicas, y que deberían liberarse los esclavos que realmente no fueran inferiores a sus dueños.
Riqueza. Aristóteles dedicó después su atención al problema de la riqueza, estudiándola no como un fin en sí misma, no como algo de im­portancia fundamental para el estado o el propio individuo, sino como un medio para el logro de la vida buena. Excluyó del concepto todo lo inútil y todas las cosas inmateriales, limitándolo a cuanto fuera útil, a los objetos materiales que pudieran ser propiedad del hombre —muy al estilo de los modernos economistas ortodoxos—. Afirmó que toda  adquisición de riqueza se realiza en general, de dos modos. El primero, o natural, consiste en la apropiación de los medios de subsistencia que la naturaleza brinda al hombre con el propósito legítimo de que atienda a sus necesidades vitales. Bajo este epígrafe incluye la caza. La pesca, la ganadería, el pastoreo, la agricultura y (lo que resulta bastante extraño) la piratería. La propiedad así obtenida es la única riqueza genuina o "natural".
En contraste con este método primario, está el crematístico o an­tinatural, caracterizado por el cambio de productos y el uso del dinero. Concedió cierta legitimidad a la riqueza antinatural; bienes adquiridos en el esfuerzo de ganar dinero, pero, en general, condenó la adqui­sición de riqueza por medio del tráfico y el comercio porque tiende a inflamar el deseo ilimitado de ganancias y a enriquecer a unos a ex­pensas de los otros. Es discutible sí Aristóteles se basó en principios morales al hacer esta distinción, que los economistas consideran ahora sobre todo con desdén, o si creía, en efecto, que las actividades extrac­tivas eran las únicas realmente productivas.



Jenofonte 





(444-354 a. c) Jenofonte, soldado, historiador y autor del Anábasis, distrajo sus ratos de ocio escribiendo algunos breves tratados acerca de la administración de la hacienda y del hogar, tratados de los cuales dos son de alguna impor­tancia. En el diálogo Oeconomicus, hace un elogio efusivo de la agricul­tura, alabando a la naturaleza como la fuente de toda producción y al trabajo agrícola como la ocupación más saludable y deliciosa. Afirma que los comerciantes y artesanos se debilitan en su trabajo sedentario, mientras los agricultores crecen vigorosos. Recomienda el trabajo de los esclavos, pero insiste en la necesidad de tratarlos humanamente. Lo mismo que otros antes que él, considera la riqueza como algo que es preciso interpretar desde el punto de vista de las necesidades. En conse­cuencia, la riqueza era el exceso de bienes sobre las necesidades y su esencia la utilidad. Según esto, era posible que un hombre pobre fuese más rico que un hombre rico cargado de obligaciones y ambiciones insatisfechas.
En el ensayo Procedimientos y medios para aumentar los ingresos de Atenas, Jenofonte examina con brevedad la hacienda pública. En estilo brillante señala las ventajas del comercio internacional, reco­mienda un trato más liberal a los comerciantes extranjeros como fuente de crecientes ingresos para Atenas, propone fórmulas de tributación justa y afirma que los precios se establecen por la interacción de la demanda y la oferta. Sin embargo, con singular falta de sentido, mientras apoya la política de que la ciudad sea la propietaria y administre las minas de plata, declara que el valor de la plata será siempre constante cualquiera que sea la cantidad producida. Según él, el oro disminuirá de valor si se extrae en exceso, pero no así la plata, porque la demanda de ésta es ilimitada. Quizás es Jenofonte el primero de esa larga, y al parecer interminable serie, de campeones de la plata gratuita.
Los antiguos apenas si se dieron cuenta de la ley de rendimientos decrecientes, pero en las obras de Jenofonte hay una vislumbre de su existencia. Examina ciertas ventajas de la división del trabajo. Su punto de vista es siempre el de un hombre práctico, no el de un teórico.



Platón





(427-347 a.c) Rico aristócrata, el más ilustre de los discípulos de Sócrates y testigo de la corrupción, inmoralidad y tiranía de que había sido presa Atenas después de la Era de Pericles (459-431 a. c) y la muerte de Sócrates (399 a. C.), Platón es famoso como autor de los más célebres diálogos de toda la historia. El principal interlocutor de ellos es su viejo maestro. Los diálogos son el vehículo para que Platón ex­ponga sus puntos de vista sobre la justicia, la virtud, la religión, la educación y el gobierno. Descontento de las instituciones políticas de entonces, se esforzó en aconsejar y enseñar a sus contemporáneos, de modo especial en dos obras maestras inmortales; en la República des­cribe una sociedad ideal y en las Leyes, escrita treinta años después, intenta hacer viable un estado permanente.
Al manifestar brevemente que el origen de la ciudad-estado debe hallarse en las necesidades económicas de la humanidad, necesidades que sólo pueden ser satisfechas por medio de una mutua cooperación, infiere Platón que las bases adecuadas de la organización social deben ser la división del trabajo y la especialización en cada oficio. Hay una determinada clase de trabajo para cada hombre que puede hacer con habilidad "natural", ya que existen diferentes dotes naturales entre ellos. Por consiguiente, la ciudad-estado debe ser lo bastante amplia para proporcionar campo para el desarrollo adecuado de esta especialización en el trabajo. Naturalmente, no existirán ni pobres ni ricos.
Creyendo que la democracia es ineficaz, desde su punto de vista, Platón propone la división de los ciudadanos de su ciudad-estado ideal en tres clases. Los artesanos componen la clase más numerosa; es la gente incapaz para el gobierno o para la guerra. Su función consiste en producir artículos esenciales para toda la comunidad. La segunda clase, mucho menos numerosa, está formada por los guerreros, que tie­nen que defender la ciudad de los ataques enemigos. La tercera, llamada de los guardianes, está formada por los gobernantes; son muy pocos e incluye sólo a los hombres más sabios. Exclusivamente en sus manos descansa el gobierno de la comunidad. Los miembros nacidos en una clase pueden ascender o descender a otra cuando las diferencias en su capacidad lo hagan así deseable. De este modo, todo hombre ejecutará el trabajo para el que se halle más dotado por nacimiento, educación y temperamento.
Para la clase limitada de los guardianes, y sólo para ella, se prescribe un comunismo absoluto, no sólo en las relaciones de la propiedad, sino en las familiares. En defensa de esta proposición alarmante, Platón explica que esta propiedad comunal, serviría tanto para hacer que los guardianes conserven juntos siempre una unidad de propósito como para hacer posible el desenvolvimiento de la ciencia eugenésica. En otras palabras, la proposición de su comunismo no trataba, al menos directamente, de reducir la injusticia y la desigualdad en el mundo, sino de subordinar el egoísmo natural del hombre a los intereses de esa entidad superior que es el estado. Creía que de no ser así, los guardianes no podrían cumplir con eficacia sus deberes.
Platón se anticipó a su tiempo en muchos siglos al abogar por un status para las mujeres más elevado que el que disfrutaban, así como en su defensa de una raza eugénica. Y en ninguna parte de la república daba un lugar explícito a la esclavitud.
Es discutible si Platón usó del mito de una república ideal para; criticar las condiciones reinantes en Atenas sin peligro para él, o sí lo hizo en respuesta, ya en serio o ya en broma, a los pasquines contemporáneos sobre las teorías comunistas. En todo caso, su descripción de un estado ideal futuro, aunque limitado necesariamente por su medio, ha cautivado desde entonces la imaginación del mundo.
El estado que se ofrece en las Leyes es un término medio entre los; excelsos ideales de justicia enunciados en la República y las instituciones existentes, tal como él las veía. Aquí, Platón se esfuerza por presentar, no el mejor estado posible, sino el más realizable. Moderando el ascetismo tan evidente de su primera descripción, propone, no obstante, como ideal una comunidad auto-suficiente, formada por 5,040 personas, y alejada del mar por un pasillo de seguridad, en la cual existan nume­rosas restricciones para poder llevar a cabo una vida satisfactoria. Todas las cuestiones económicas se someterían al rígido control de la clase gobernante. De tal forma no sólo se evitaría el fraude, sino también la posibilidad de una extremada pobreza o una riqueza excesiva; a la masa del pueblo se le proporcionaría una adecuada provisión de todo lo; necesario para su bienestar. Los límites del territorio se fijarían en forma rígida; la población se mantendría estacionaria por medio de la exposición de infantes, el establecimiento de colonias y la prohibición de matrimonios prematuros; la moneda sería de tal naturaleza que única­mente se aceptaría en la ciudad-estado en que se usara, el dinero no se prestaría a interés ni los prestatario estarían obligados a devolver la cantidades recibidas en préstamo. Los esclavos se emplearían sólo en el trabajo agrícola; la propiedad sería privada, combinada con cierto uso, en común; el comercio y la industria estarían en manos de los resi­dentes extranjeros; ningún ciudadano podría ocuparse en oficios ma­nuales o en  comercio al menudeo; se prohibirían los anuncios.

En resumen, Platón, lo mismo que Sócrates y otros, sostenía el criterio de que el objetivo de la vida es el desarrollo pleno de sí mismo, no la adquisición de riquezas. Probablemente ningún escritor ha subor­dinado de modo tan cabal la economía a las consideraciones políticas y éticas.


 



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