miércoles, 13 de octubre de 2010

escuela mercantilista


EL MERCANTILISMO

Desde hace tiempo, destacados hombres de ciencia han reconocido que la transición de la época medieval a la moderna no fue en modo alguno un cambio súbito o uniforme. En ciertas regiones atrasadas del mundo todavía persiste el medievalismo. En otras, y de modo especial en, Europa, la transición ocurrió en momentos muy diversos.
Pero la transformación que se operó en el mundo a partir de los siglos xiv, xv y xvi fue tan extraordinaria que la expresión "época moderna" ha adquirido un significado peculiar, si bien un tanto arbitrario. Las revoluciones política, intelectual, religiosa y comercial ocu­rridas durante esos siglos constituyen la más espectacular ruptura con el, pasado que jamás había conocido la historia hasta esos días.

El feudalismo cedió su puesto al estado nacional y la servidumbre a una clase asalariada. España, Portugal, Francia, Inglaterra, Hungría y Suecia (para no citar otras), dejaron de ser simples expresiones geográficas y surgieron definitivamente como reinos reciamente centralizados, El Renacimiento, ya lo consideramos como la última fase de la moribunda época medieval o, con más propiedad, como el renacer del interés por las cuestiones intelectuales, cuyas raíces se extienden hasta la Edad Media, se difundió de Italia a la mayor parte de Europa durante los siglos XIV y XV. En literatura, los humanistas, dirigidos por Erasmo, recuperaron y editaron muchos de los manuscritos de los antiguos griegos y romanos hasta entonces perdidos. Las literaturas en diversos: idiomas vernáculos europeos prosperaron al favor de nombres tales como los de Dante, Petrarca, Boccaccio y Chaucer. En las bellas artes se desarrolló un nuevo estilo de arquitectura, la escultura dio sus frutos en manos de Miguel Angel, y la pintura, el arte mayor del Renaci­miento, alcanzó su perfección con Leonardo de Vinci (quizás el genio. más versátil de todos los tiempos), Rafael, Rubens y Rembrandt.
Los comienzos de la ciencia moderna. Una serie de importantes inventos en las artes gráficas, coronada por el de los tipos viles, atribuido generalmente a Johann Gutenberg, hacia 1450, produjo una revolución inmensa en la historia cultural de la humanidad y en el progreso de la democracia moderna. El afán de leer se extendió rápidamente por toda Europa al mismo tiempo que la aparición de los libros impresos estimulaba el desarrollo de la libertad de discusión Hazañas notables y a veces sorprendentes testimonian los progresos de la ciencia en diversas esferas, tales como la matemática, la astronomía, la geografía, la geología, la biología, la física, la química y la medicina. Copérnico, Galileo, Descartes, Newton, Harvey sólo son unos cuantos de esa verdadera constelación de hombres ilustres cuyas con­tribuciones a la ciencia han hecho que la historia del progreso de la época moderna en casi todas las ramas del saber parezca casi un invero­símil cuento de hadas.
Aparición del capitalismo. Un gran movimiento histórico, la Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero en 1517 y que se extendió hasta 1650, sumió a una gran porción de Europa en un san­griento conflicto religioso y separó del dominio temporal del papado a la mitad de sus dominios anteriores. El nuevo protestantismo sustiyó el punto de vista internacional de la iglesia católica por la idea de inde­pendencia nacional, prestó su apoyo al individualismo así en economía como en religión, y sancionó con toda franqueza la glorificación del móvil de lucro en la humanidad. Desapareció el anticuado estigma inherente al hecho de ganar dinero y al enriquecimiento personal en  favor de una forma enteramente nueva de mirar la vida. La industria y el comercio, quizás por primera vez en la historia, se juzgaron socialmente respetables y las proezas y éxitos comenzaron a medirse por una  escala de valores pecuniarios.
El concepto de vida "buena" dio paso con lentitud pero con firmeza, al hábito de valorar el mérito humano por la actividad para ganar y  gastar riqueza. Hizo su aparición el comienzo de lo que hoy día se  denomina capitalismo moderno, en las acumulaciones privadas de capital, obtenido en toda clase de empresas, legítimas e ilegítimas. La personalidad se disoció de los negocios, surgieron nuevas formas de negocios  y de instrumentos, floreció la especulación y los grandes fraudes y  asumió la dirección una nueva clase: los banqueros. En resumen, con  el triunfo de la competencia sobre los ideales socializantes de la Edad Media se transformó la vida económica.
La geografía y los metales. Finalmente, la revolución comer­cial capacitó a Europa para que, llegado el momento, descubriera el resto del mundo. Los inventos y mejoras hechos en el arte de la navegación, a la que dicha revolución encarecía el descubrimiento de rutas comerciales y tierras hasta entonces desconocidas, produjeron una esfera geográfica de acción mucho más extensa para las operaciones comer­ciales, incrementaron considerablemente todo el comercio mundial y trasladaron el centro de aquel comercio desde las ciudades-estados del  Mediterráneo al litoral atlántico. España, Portugal, Francia, Inglaterra  y Holanda fundaron extensos imperios coloniales; en lugar del trueque y los servicios se generalizó el uso del dinero; los precios sufrieron un dislocamiento aterrador.
Poco después de 1500 comenzó a suavizarse la escasez de metales preciosos que había padecido Europa desde tiempo inmemorial, gracias  a la llegada de oro y plata procedente de los tesoros saqueados en los  imperios azteca e inca y por la explotación de las ricas minas de Méxi­co, Perú y Bolivia. La producción anual de metales preciosos se remontó; a alturas inauditas. Durante el siglo XVI la acuñación de moneda europea aumentó al menos diez veces y de 1550 a 1650 el nivel general de precios subió en Europa en un 300 por ciento, dando origen a la famosa "revolución de los precios".           
En estas condiciones y en armonía natural con los hechos, surgió;  el mercantilismo, conocido también en la historia como sistema mercantil, sistema restrictivo, sistema comercial, y en Francia como colbertismo y como cameralismo en Alemania.
El sistema señorial. Durante siglos de la época medieval existieron, una al lado de otra, dos tendencias o fuerzas económicas. De una parte, a través de un tiempo imprecisable de esta época dominó la que puede llamarse localismo. En el campo, donde residía la inmensa mayoría de la población, prevalecía el sistema señorial. El señorío, que era la unidad de la vida agrícola medieval, lo era también de la administración rural de entonces. La regulación de la agricultura y de la mayor parte, todo en ocasiones, del comercio indispensable  para el mantenimiento adecuado de los campesinos estaba en manos de " los dueños de los señoríos y sus súbditos. Para el campesino, el señorío; era prácticamente el mundo mismo, porque los señoríos eran en general autosuficientes y de ordinario los siervos estaban ligados a la gleba.  Los reyes intervenían muy poco en los asuntos económicos de los señoríos, aunque derivaban de ellos sus principales medios de sosteni­miento, a través de los pagos feudales de diversas clases.
Los gremios. Al principio, el control de las ciudades lo ejercían los gremios de comerciantes, y después, a partir de mediados del siglo XII, cada vez en mayor medida los gremios de artesanos. Al reanimarse el comercio se creó una clase mercantil distinta cuyos miembros se agru­paron en todas las ciudades en gremios de comerciantes para defender sus intereses económicos y en los que al principio admitieron a los artesanos. Por regla general la meta propuesta era la vigilancia del co­mercio exterior de las ciudades hasta llegar casi a un monopolio. Los miembros de los gremios asumieron con frecuencia los puestos dirigen­tes en el gobierno de la ciudad.
Al crecer la población y extensión de las ciudades, los oficios fueron formando sus gremios, hasta superar en gran medida el dominio de los gremios de comerciantes. Los gremios, que comprendían tanto a los maestros como a los oficiales y aprendices, emprendieron la reglamen­tación de todos los procesos industriales de la ciudad. Con el tiempo se promulgaron reglamentos en los que se fijaban los precios y las condiciones de venta, se regulaban los salarios, se determinaban las horas de trabajo y las relaciones entre maestros y empleados, y se garantizaba la elaboración y calidad de los artículos. Apenas si existía algo más de libertad e iniciativa individual, si es que había alguna, que en el campo. Los representantes de los gremios de artesanos reemplazaron a los de los mercaderes en los organismos gubernativos de la ciudad. Estos refor­zaron las normas artesanales, implantaron barreras aduaneras contra otras ciudades y distritos rurales, y controlaron una multitud de cues­tiones relativas a los intereses de sus conciudadanos. Esporádicamente, como en el caso de los señoríos, el rey interponía su autoridad en sus asuntos; pero en lo principal, el dominio de la vida económica de las ciudades era local.
Crecimiento del nacionalismo. A la inversa, para subordinar al localismo estaba el nacionalismo, o punto de vista nacional. En un cierto momento de la Edad Media, aunque es imposible fijar con pre­cisión " su fecha, se advirtió que las disposiciones puramente locales resultaban ya inadecuadas y entonces se iniciaron políticas que rebasaron los límites locales. A partir de una época relativamente temprana, los reyes, que aspiraban a dominar a los señores feudales, advirtieron que ciertos aspectos del comercio exterior, la industria y la agricultura tenían importancia nacional. Por este motivo, el rey comenzó, cada vez con mayor frecuencia, a percibir derechos en las fronteras, a intervenir en las negociaciones comerciales con los países extranjeros, a otorgar privilegios a ciudades y compañías mercantiles y a tomar determina­ciones exclusivas acerca de la moneda. El crecimiento del nacionalismo, si bien era gradual e irregular, fue adquiriendo mayor importancia con el transcurso de las generaciones hasta que, al fin, el localismo cedió ante el victorioso surgimiento de la economía nacional. Las nuevas condiciones económicas y políticas produjeron el estado nacionalista, hicie­ron posible la teorización económica en escala nacional y desembocaron en la era del mercantilismo.
Sin que nos importe por ahora lo que el mercantilismo haya o no sido, podemos afirmar con plena seguridad que jamás fue un "sistema", nunca fue la creación artificial de un individuo cualquiera o un grupo de individuos, jamás fue una meta por sí mismo.
Podemos considerarlo con más precisión como el inspirador de la política económica de los gobernantes europeos desde el siglo XIII al XVIII, y aun hasta el XIX en ciertas partes del continente, más los puntos de vista de los escri­tores que explicaron o defendieron esa política. En un cierto sentido, el mercantilismo no ha muerto nunca en la realidad. Su duplicado moderno apareció durante la primera Guerra Mundial en los desespera­dos esfuerzos hechos por todos los países beligerantes para movilizar en apoyo del programa militar la mayoría o la totalidad de los recursos económicos y humanos de que disponían. Además, hay quienes sostienen que pueden advertirse los signos de una poderosa resurrección en la vida económica de muchos países contemporáneos, como la Italia fas­cista y la Alemania nazi y quienes también perciben en el New Deal una reintroducción en Estados Unidos de muchos aspectos caracterís­ticos del viejo orden.
El nacionalismo y la política mercantilista. En esencia, el mercantilismo era una política y una doctrina económica ligada con la doctrina política del nacionalismo. Nunca fue un sistema, a pesar de ciertas apariencias, ya que tanto la política como la doctrina se des­arrollaron en el curso de varios siglos en forma asistemática y todavía hoy se resisten a una generalización precisa; no fue una creación artifi­cial sino más bien un producto espontáneo de la época, muy sintomático de los grandes cambios habidos en la situación económica; jamás cons­tituyó una meta o fin, sino más bien los medios para un fin deseado.
Ese fin o meta era político: la constitución de un estado tan inde­pendiente, autárquico y poderoso como fuera posible. El mercantilismo lo constituían la totalidad de medios económicos empleados para con­seguir ese objetivo, junto con la explicación teórica y la justificación de la política nacionalista, tal como fue expuesta por centenas y aun millares de escritores. En otras palabras, había dos aspectos del mercan­tilismo: el positivo y el doctrinal. Primero vino la política del nacio­nalismo y después su explicación teórica. Por lo tanto, también hay que distinguir dos clases de mercantilistas: el gobernante, que, instintiva­mente, cada vez se enfrasca más en la promulgación de normas restric­tivas, en un esfuerzo por fomentar la fortaleza material de su nación,, y el escritor, que expone articuladamente la teoría mercantilista. Es innecesario decir que en ocasiones, aun cuando no de ordinario, los go­bernantes fueron tanto soberanos como escritores.
Durante el período medieval, los reyes dependían, en gran medida, para la percepción de sus ingresos, administración de justicia y soste­nimiento de su propio prestigio de sus señores feudales. En una econo­mía que se basaba de modo principal en el trueque y en un sistema de pagos en especie, el monarca podía hacer poco para conseguir un dominio permanente sobre sus señores. El príncipe, sin recursos no ne­cesitaba, ni deseaba, mucho más que la cantidad de dinero suficiente que le permitiera pagar un ejército numeroso y leal.
Fuentes de los ingresos reales. El surgimiento de las monar­quías absolutas, por tanto, estuvo conectado en más de un aspecto con el desarrollo de la industria y el comercio subsecuente a las Cruzadas y que estimularon enormemente los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI, Como resultado de la transición de una economía de trueque a una economía de dinero, el interés personal, tanto de los seño­res como de los siervos, sustituyó su relación de costumbres y status por una de naturaleza pecuniaria. Los requerimientos del rey en pro de un ingreso estable y creciente se facilitaban más a medida que los impuestos consistían cada vez menos en pagos en especie y cada vez más en pagos en dinero. Las fuentes de ingreso independientes conti­nuaron aumentando porque el rey gravó al comercio y la colonización con derechos por conceder privilegios a compañías comerciales y por otorgar monopolios. Participó en el botín de los corsarios, se benefició con la acuñación e importación de metales preciosos y guardó para sí mismo los ingresos de los derechos percibidos por las aduanas sobre el comercio exterior. A esto hay que agregar la violencia de repetidas guerras civiles y religiosas en las que murieron muchos señores feuda­les. La barrera final contra el nacionalismo desapareció al destruirse la unidad de la iglesia católica por la revolución protestante y los límites nacionales se convirtieron en líneas de demarcación religiosa.
Bien sea Inglaterra, con Enrique VII (1485), o Francia con Luis XI (1461), pueden considerarse como el primer estado dinástico, moderno y nacional. Poco después les siguieron Portugal y España; los Países Bajos hacia fines del siglo XVI; Suecia a principios del XVII, y Prusia y Rusia hacia 1700. A mediados del siglo XVIII casi toda Europa estaba gobernada por monarquías vigorosas. Sólo en Alemania, Italia y los Balcanes esta transformación no ocurrió hasta el siglo XIX.
Las dos bases fundamentales del mercantilismo fueron el creci­miento de una economía monetaria y el surgimiento de los estados nacionalistas. En esta era de intensas rivalidades internacionales todo se subordinaba no sólo al mantenimiento de una existencia indepen­diente, sino también a la mejor expansión posible de las posesiones nacionales en Europa y ultramar, sobre todo en el Nuevo Mundo. Como todo estado era un enemigo potencial de los otros, y la fuerza el único medio eficaz, al parecer, que podía utilizarse para conseguir este obje­tivo, monarcas y naciones agotaban sus energías en hacer al país tan fuerte como fuera posible. Para apoyar esta política eran absolutamente necesarias armas y navíos poderosos, una administración centralizada, una población más y más numerosa y la prosperidad material.
Los metales del Nuevo Mundo. Mientras tanto, los metales preciosos habían adquirido una importancia asombrosa con motivo del desarrollo de la industria y el comercio, la introducción del sistema de salarios y la rápida afluencia de oro y plata procedentes de América. No sin razón la fuerza nacional se medía por la proporción de metales preciosos en la riqueza de un país: el dinero tenía una importancia de que no había disfrutado antes y que normalmente no posee en la actualidad. No existían de hecho las instituciones de crédito, y, los valo­res industriales, se hallaban en su infancia. Además, el dinero, como todavía ocurre, era la forma de riqueza más fácilmente cambiable, y su fácil circulación tenía una enorme importancia como estímulo de la ac­tividad económica. Los mercantilistas no llegaron al extremo de con­fundir el dinero con la riqueza, como algunas veces se les ha achacado en críticas poco cuidadosas, en especial por Adam Smith en su memo­rable acusación de lo que llamó sistema mercantil, en La riqueza de las naciones.
Por el contrario, los mercantilistas atribuyeron importancia prin­cipal a los metales preciosos simplemente porque parecían ser, y de hecho lo eran, las formas más aceptables de riqueza que entonces existían. En una época en que el numerario afluía a Europa en inmensas cantidades y en que España, el recipiente de una gran parte de esta afluencia, ocupaba una posición dominante en los negocios mundiales, era razonable creer que grandeza nacional era sinónimo del dominio sobre los tesoros y metales preciosos.
Para la mayoría de los países de Europa, desprovistos de minas de oro y plata, la única salvación económica posible era acumular por medio de una ordenación adecuada de su comercio exterior. En las postrimerías de la época medieval, los señores feudales se esforzaron por atraer a su jurisdicción los metales preciosos, manipulando el comer­cio en tal forma que les permitiese controlar cada transacción parti­cular. Aparecieron los defensores de la teoría de la balanza comercial a los que se dio el nombre de metalistas (bullionistas). Desde hacía tiempo muchos pensadores se percataron de la utilidad de tales medi­das. Por lo tanto, cada país trataba de vender a los otros una cantidad total de productos de mayor valor monetario que el de sus compras. AI aceptar que las exportaciones significaban salida y las importaciones entrada de dinero al país, se buscaba febrilmente una balanza de co­mercio "favorable" por medio de un exceso de las exportaciones sobre las importaciones. Se pensó que el saldo deudor había que pagarlo en  dinero al país exportador. De hecho, el término mercantilismo se derivó  de esta interpretación de las supuestas ventajas derivadas del cambio de mercancías.
Intromisión en el comercio exterior. Con el fin de conseguir una balanza de comercio favorable, los soberanos acudieron a una gran variedad de artificios. Se aplicaron derechos de importación prohibiti­vos, con el fin de restringir la entrada de productos, con excepción de materias primas necesarias para las industrias nacionales. Se impusieron  derechos de exportación para desalentar las exportaciones de materias primas para la manufactura. Para estimular el comercio de exportación en general se otorgaron subvenciones a ciertas industrias que producían artículos para la exportación, se implantaron varias exenciones de impuestos, se anularon las trabas opuestas al libre movimiento del comercio interior por medio de la abolición o mitigación de los portazgos, octrois* y otros similares, se concedieron patentes de monopolio a los ; propietarios de nuevos procedimientos de manufactura, se impulsó la  inmigración de trabajadores extranjeros calificados, se dieron subsidios  a la navegación y construcción de navíos, se crearon compañías comerciales a las que se concedían privilegios exclusivos, se fomentó la colonización, se fijaron precios, salarios y condiciones de trabajo, se favoreció el aumento de población; en resumen, se pusieron en práctica un número casi ilimitado de ardides y procedimientos. Toda la maqui­naria de la nación se ordenó para dar apoyo a un programa que parecía  de una lógica admirable. El estado se convirtió no sólo en la unidad  política natural, sino también en la unidad económica natural. Hasta entonces, nunca se había glorificado tanto a la habilidad de estadista como fuente principal de la prosperidad económica.
 Nuevos ideales de los negocios. Tampoco el comercio había sido antes elevado a tan excelsa altura en la jerarquía de las ocupaciones.  Para ser más exactos, diremos que no todo el comercio, sino aquél que traía de fuera la riqueza a un país. La importancia inmemorial de los  intereses agrícolas llegó a su fin por aquel tiempo, y, la clase mercantil, se vio, con asombro, exaltada sobre todas las otras en la estimación  popular y real. Inmediatamente después de los comerciantes estaban los fabricantes de productos de los que la exportación excedía a la importación. Más abajo en la escala se hallaba el agricultor, cuya prin­cipal importancia se debía a que alimentaba a la población y en ciertas
Derechos que las villas estaban autorizadas a cobrar en Francia por las mercancías que entraban a ellas provenientes de otras. Circunstancias, como por ejemplo, gracias al cultivo intensivo, evitaba la importación de alimentos. Finalmente estaban los tenderos, criados, hombres de ciencia, profesionistas, la clase media y otros que, según afirmaban, simplemente transferían riqueza en el interior y a los cuales se negaba que su actividad fuese productiva.
Colbert. Según parece, la política restrictiva del mercantilismo se llevó a la práctica en Francia en forma extrema con Juan Colbert (1619-1683) y de aquí el nombre de colbertismo. El más capaz de los ministros de hacienda de Luis XIV merece el reconocimiento de haber proclamado que sus medidas eran sólo provisionales. La lista completa de los mercantilistas prácticos incluye virtualmente a todos los monarcas de Europa occidental desde el año 1500 poco más o menos hasta el final del siglo XVIII. En algunos países la lista comprende gobernan­tes de los siglos XIV y XIX. A éstos hay que añadir ese verdadero ejér­cito de administradores, a muchos de los cuales la historia les ha dignificado con el rango de estadistas, y que con frecuencia eran los principales ejecutores de la política mercantilista. Entre estos gober­nantes y estadistas, además de Colbert, deben mencionarse, con mayor  o menor arbitrariedad, a Carlos I y Felipe II de España; Enrique IV y, el Duque de Sully de Francia; Enrique VIII, la reina Isabel, Cromwell y Walpole de Inglaterra; Federico Guillermo, el Gran Elector y Federico el Grande de Prusia; Gustavo Adolfo de Suecia y Pedro el Grande y Catalina la Grande de Rusia.
LOS hombres de negocios como teóricos. La literatura del mer­cantilismo, tan abundante que nunca ha sido estudiada y apreciada de forma exhaustiva, tiene una característica de máxima importancia para el estudioso investigador del desenvolvimiento de la economía. Si bien es cierto que, desde los albores de la historia hasta el comienzo, de la época mercantilista, la especulación económica se consideraba , como una contribución de filósofos, legisladores y miembros del clero, principalmente con los escritos de quienes trataron de defender o explicar la política mercantilista puede trazarse una nueva corriente. Más  concretamente, esta nueva corriente del pensamiento se produjo, sobretodo, con la aportación de los negociantes. La cristalización de la idea: de economía nacional se realizó por los negociantes más que por los  filósofos, sacerdotes y aun funcionarios. No podemos negar que entre; los pensadores de este período hay nombres de muchos filósofos, legis­ladores y científicos eminentes; pero la masa de las publicaciones está  formada por las observaciones y pensamientos de un tipo de escritos casi por entero extraño a todos los teorizantes anteriores de los fenóme­nos económicos. Comerciantes, negociantes, hombres prácticos  como quiera que se les llame vertieron un torrente de literatura económica, fragmentaria y sin sistema, en general, que intentaba interpretar con claridad los hechos de la vida económica contemporánea, y propagaba la creencia firme en la eficacia del gobierno para lograr todos los fines apetecidos por medio de la legislación.
Hay que advertir que, con la posible excepción de los volúmenes de los escritores de tiempos posteriores, no apareció ninguna exposi­ción de la economía como un todo, pero pueden citarse incontables ejemplos de defensas aisladas. Por ejemplo, con demasiada frecuencia, los emprendedores capitalistas trataban de encubrir su finalidad de obte­ner beneficios en sus negocios con una declaración pública de las ven­tajas nacionales que se conseguirían mediante la concesión de algún privilegio mercantil o elevando los derechos para ciertas importaciones, o manteniendo tipos de salarios reducidos, y así por el estilo. Sin em­bargo, en general, se manifestaron nuevas directrices intelectuales; los hombres se interesaron en problemas particulares; predominó el pen­samiento realista. Aunque la economía moderna no era todavía una disciplina distinta e independiente, puede decirse con verdad que data de los siglos XVI y XVII.
Los escritos de dos hombres, a los que por lo común no se les considera como mercantilistas, tienen una gran importancia aunque indirecta. Maquiavelo (1469-1527), ese agudo observador político, des­tacó en su  Príncipe los métodos prácticos que debía seguir un monarca para crear un estado fuerte. Juan Bodino (1520-1596) en sus Seis libros de la República, proclamó la doctrina de que un gobierno absoluto está necesariamente mejor adaptado para proporcionar seguridad y bienestar a su pueblo.
Una investigación detallada de la literatura mercantilista revelaría muchos miles de publicaciones dadas a la estampa, en su mayor parte por exigencias especiales, pero sin conformarse en modo alguno a ningún tipo establecido, y que reflejan sólo imperfectamente la miríada de aspectos teóricos del tema. Ningún escritor puede pretender ser un mercantilista completo. Estas obras deben considerarse más bien, ha­blando en términos generales, como consejos a los gobernantes y admi­nistradores de la época, consejos que a veces contenían ideas en com­pleto desacuerdo con los dogmas generales del mercantilismo.
primeros panfletistas. Es probable que quien primero se acercó a una expresión sistemática de la filosofía mercantilista fue Antonio Serra, el más notable de los escritores italianos sobre mercantilismo, en un tratado publicado en 1613 con el título de Breve tratado sobre las causas que pueden hacer que el oro y la plata abunden en los reinos en que no hay minas. Otros mercantilistas italianos de mayor o menor fama fueron Davanzati, Scaruffi, Montanari, Belloni y especialmente Antonio Genovesi, 1765, a quien se tiene por el primer europeo que desempeñó una cátedra universitaria de economía.
En Francia merecen mencionarse tres escritores: Bodino, al que ya nos hemos referido en relación con otro asunto y autor de sólidas obras sobre dinero y hacienda pública; Antonio de Montchrétien, cuyo. Tratado sobre economía política (1615), se considera que contiene  el uso moderno más primitivo de la frase "economía política", y Francisco de Forbonnais (Principios y observaciones económicos, 1767).
El más destacado de los mercantilistas ingleses fue Tomás Mun (1571-1641), comerciante afortunado y director durante muchos años de la Compañía de las Indias Orientales. Un trabajo de poca impor­tancia, A discourse of Trade from England into the East Indies, 1621, fue seguido mucho más tarde por la publicación postuma, en 1664, del England's Treasure by Forraign Trade, o The Ballance of our Forraign Trade is the Rule of our Treasure, la más notable de todas las expo­siciones de los principios mercantilistas. Antes de Mun y, en ciertos aspectos, con un carácter más "metalista" que mercantilista, hubo inves­tigaciones polémicas dirigidas por John Hales, Thomas Miller, Gerard de Malynes, Edward Misselden, John Wheeler, Sin Walter Raleigh y Sir Dudley Digges. Contemporáneos, o muy cercanos a Mun fueron Sir Ralph Maddison, Thomas Manley, John Parker (Of a Free Trade, 1648), Samuel Fortrey (England's Interest and Improvement, 1663), Lewis Roberts, Gregory King, Sir Thomas Culpeper, Sir William Temple, Roger Coke (A Discourse on Trade, 1670), John Pollexfen, Hugh Chamberlain, Charles Davenant (Essay on the probable Means of making a People Cainers in the Balance of Trade, 1699), Nehemiah Grew, Charles King y Joshua Gee (Trade and Navigation of Great Britain, 1729). Aunque a veces se ha clasificado a Petty, Child, North, Barbón y Asgill entre los mercantilistas, sus puntos de vista, por el con­trario, eran más adversos, que favorables al mercantilismo. Algunos prominentes filósofos ingleses de esta época, como, por ejemplo Thomas Hobbes (1588-1679), pueden considerarse al menos como semimercantilistas y a John Locke (1632-1704) quizás deba considerársele como un defensor de los dogmas principales del punto de vista mercantilista.
El más capaz de todos los escritores mercantilistas ingleses del siglo XVIII, fue Sir James Steuart, reconocido ahora como "el último de los mercantilistas" y probablemente el primer inglés que empleó la expresión "economía política". Su pretenciosa obra en dos gruesos volúmenes, An Inquiry into the Principies of Political Economy, 1767, representa el estudio más sistemático sobre esta materia realizado en Gran Bretaña hasta la publicación de The Wealth of Nations de Adam Smith, en 1776. El Libro I se titula "Población"; el Libro II, "Comercio e Industria"; el Libro III, "Dinero y Moneda"; el Libro IV, "Créditos y Deudas"; y el Libro V, "Impuestos". Por desgracia, su estilo poco atrayente y su falta de vigor científico hacen que este libro tenga hoy día un simple interés histórico, ya que sus comentarios sobre las condiciones económicas precedieron inmediatamente a la obra maestra de Adam Smith.

Cameralismo. Las peculiares circunstancias reinantes en los estados alemanes y en Austria dieron origen a una forma de mercantilismo  conocido con el nombre de cameralismo. Principalmente a causa de sus particularidades geográficas, la atención de esta parte de Europa se concentró más bien en los problemas económicos y políticos nacionales y no en los relacionados con el comercio exterior, como ocurrió en otras partes. No se trata sólo de los factores físicos, sino de la preparación y educación del pueblo; estos estados, que hasta la paz de Westfalia en 1648 estuvieron invadidos por extranjeros y padecían continuas disen­siones y guerras intestinas, tenían que luchar arduamente para preservar su existencia nacional.
 En consecuencia, el cameralismo comprendía los esfuerzos sistemá­ticos realizados por el príncipe para someter todo a su dominio, para la lucha a vida o muerte y para mantener y consolidar su seguridad, en mezcla con las ideas propias de la economía política defendidas por  estadistas y consejeros, profesores de derecho y otros. A diferencia de los escritores italianos, franceses e ingleses, que en su mayor parte; fueron panfletistas, los cameralistas escribieron volúmenes de buen tamaño en los que se trataban los temas de la industria nacional, la agricultura, la población y las medidas fiscales, en una escala más impor­tante que la normal. Los escritores cameralistas típicos fueron Obrecht, Bornitz, Seckendorf, Becher, Hornig u Hornick, Schroeder, Conring,  Daries y Johann Heinrich Justi, autor de un Tratado Sistemático todas las Ciencias Económicas y Camerales (1775), primera. astigmática alemana sobre economía política.
Teóricos antiguos y medievales. Como ya se ha dicho, el pen­samiento económico de cualquier época puede explicarse generalmente en Términos de su vida económica. Por eso, en la Antigüedad, la relativa escasez de fenómenos económicos influyó en cierta forma en el lento  desenvolvimiento y la exigüidad de la especulación económica durante incontables siglos. Por ejemplo, no obstante que la importancia de consumo se destacó de vez en cuando, no se formuló ninguna teoría  acerca de él. En el reino de la producción, la atención se fijó casi exclusivamente en dos factores: recursos naturales y trabajo, porque el capital todavía no se había diferenciado de la riqueza y el emprendedor  era  en general el terrateniente. El tema del cambio se descuidó todavía  más, a causa del menosprecio que se hacía del comercio.
AI aparecer en el curso del tiempo una economía monetaria,  pensó algo en la teoría y funciones del dinero, y desde épocas muy primitivas se señaló en ocasiones la distinción entre valor de cambio y valor de uso (utilidad). No surgieron teorías de la distribución a partir de la idea de que el interés por el uso del dinero era una exacción injustificable. Los conceptos de renta, salarios y beneficios brillaron por  su ausencia, ya que el terrateniente controlaba la producción y  existía una clase asalariada. Sin embargo, abundaron los proyectos socialistas y comunistas y, en consonancia con ello, las reformas económicas  y  sociales fueron el tema favorito de muchos escritores. La hacienda pública se estudió algo en relación con los ingresos de las propiedades del estado. Se prestó muy poca atención a los gastos y créditos públicos y a los impuestos.
El pensamiento económico medieval, se constriñó también a cauces relativamente estrechos, desviándose del problema de la producción que había sido antes el central, hacia el cambio. La teoría económica  interesó principalmente en el problema de la justeza del precio y la percepción de intereses. Al final de este período, cuando el rápido desarrollo de la industria y el comercio impuso una nueva economía a un mundo que en cierta forma no se lo esperaba, y cuando el surgimiento de las  monarquías hizo imperativo un gran aumento en los ingresos público la atención se fue enfocando cada vez más hacia los temas del dinero y la hacienda pública.
EL lego como teórico de la economía. Por contraste, los escritos de los mercantilistas representan inevitablemente una ruptura muy apreciable con el pasado. Los economistas ya no eran, principalmente, filósofos, como en la Antigüedad., o teólogos, como durante la Edad Media, sino especialistas legos. La economía se secularizó; la riqueza artificial predominó sobre la natural; se defendió al máximo el bienestar material de las naciones excluyendo virtualmente toda otra cuestión; la aparición de nuevos fenómenos económicos ensanchó horizonte de la especulación económica. Los problemas de la producción y el cambio continuaron absorbiendo el mayor interés, pero tratados ahora desde el punto de vista de la relación de la riqueza privada con la pública. Se hizo más inusual el término "economía política" para designar el arte gracias al cual un pueblo podía hacerse rico y poderoso con el crecimiento nacional.
Ampliación de los campos de la teoría. Se estudió la tierra como factor de la producción desde el punto de vista de la conser­vación y mejor utilización posible de los recursos naturales. Se apreció debidamente el trabajo cuando los pensadores propusieron medios y métodos de añadir al acervo total de la nación la fuerza de trabajo. Ciertamente, los programas de muchos de los mercantilistas culminaron en el problema de la población. Para el progreso de la nación se sugirió eliminar la ociosidad, reducir a un mínimo las gentes empleadas en ocupaciones perjudiciales, por ejemplo, prestamistas, abogados y taber­neros; entre los remedios sugeridos, figuraban con frecuencia, la con­servación de la vida y la salud y el estímulo a los matrimonios prematuros. Entonces, igual que ahora, se propuso a veces imponer fuertes impuestos a los solteros y dotar a las solteronas pobres, El aumento sin precedente del capital encauzó el interés de los escritores hacia temas tan diversos como la construcción de canales; y mejoramiento de carreteras, al aumento y mejoramiento de la ganadería, al alentamiento de la industria pesquera, y al subsidio a ciertas manufacturas.
Durante esta época nada es más significativo que el predominio en el mundo económico dé las empresas mercantiles y de negocios y la ¿decadencia en importancia del clero y la nobleza terrateniente. Se deba  ello o no a la política deliberada del monarca (y con frecuencia así fue), no cabe duda que hubo un notable aumento en el número, poder
Riqueza de los propietarios capitalistas. Los negociantes alcanzaron ¿una importancia jamás lograda antes y que ha perdurado desde entonces, en mayor o menor grado, en los países capitalistas, y  Con objeto de poder reducir las importaciones de productos extran­jeros y obtener así un exceso mayor en las exportaciones, se requirió a menudo a los consumidores para que vivieran frugalmente y evitasen -todo desperdicio.
 El fomento del comercio exterior. La contribución de los; mercantilistas al tema del intercambio fue tan copiosa que excede en  amplitud a todos los estudios anteriores. La recomendación de artificios  comerciales para facilitar lo más posible el comercio recorren toda la  gama, desde hacer hincapié en el uso liberal de las letras de cambio, el establecimiento de bancos (incluso bancos agrícolas), de depósito y circulación, acuñación de moneda, inflación de la circulación monetaria, limitaciones sobre la exportación e importación y la concesión privilegios para fomentar una política colonial, tales como limitar la  actividad de las colonias a la producción de materias primas, que se transformarían en productos acabados en la madre patria para  venta en las colonias. El tema importante pero difícil del valor fu tratado al parecer por filósofos y juristas más que por la generalidad de los escritores de esta época. En general, no surgió ninguna idea origina Algunos sostuvieron temas subjetivos, otros destacaron el costo de producción, y el valor normal se distinguió del valor de mercado. Es  bastante interesante advertir que las sugestiones hechas por los mercantilistas constituyeron la base de las teorías del valor que más tarde había de enunciar Adam Smith en La riqueza de las Naciones.
En cuanto a la hacienda pública, el tema que se trató con mayor extensión fue el de los impuestos. Los más favorables eran los que se fijaban de acuerdo con los gastos a realizar o con los beneficios recibidos de las propiedades territoriales, completamente al revés de lo que propugna la doctrina moderna, que tiende a un principio im­positivo que tenga en cuenta la capacidad de pago.



AUTORES MERCANTILISTAS

MERCANTILISMO ESPAÑOL


Luis Ortiz





activo durante la segunda mitad del siglo XVI y contador de Hacienda de Castilla durante el reinado de Felipe II, escribió un Memorial al Rey para que no salgan dineros de España, tras la bancarrota de los Austrias, primer texto de los mercantilistas españoles, en el que considera que el descenso de los precios radica en la conservación del oro en Castilla y, para tal fin, crea un plan con el que pretende el fomento de los recursos, que fue publicado en 1558 y no halló demasiada repercusión, pese a su iluminador análisis de la crisis económica del reino. Entre las principales medidas que proponía se hallaba la retirada de todo tipo de ocio, la introducción de trabajo y la elaboración de productos manufacturados a cambio de exportar únicamente las materias primas, así como la supresión de las aduanas existentes entre los diversos reinos hispanos, la desamortización de los bienes de la iglesia y una reforma fiscal. Analizó los problemas monetarios de España y estudió soluciones para resolver las situaciones creadas en el país a causa de la tendencia a exportar materias primas e importar manufacturas pagadas con las reservas de oro americano. Intuyó el concepto de estructura económica y de forma consecuente propuso no una, sino un amplio abanico de iniciativas que hubiera podido sacar al reino del marasmo en que se encontraba, como aumentar la productividad, fomentar el crecimiento demográfico, extender los regadíos e iniciar una repoblación forestal. Es más, fue consciente del problema derivado de las remesas de oro y plata que llegaban de América y propuso restringir la expansión monetaria y desincentivar el consumo.









Jerónimo de Uztáriz (1670 – 1732)




Gerónimo de Uztáriz; Santesteban, Navarra, 1670 - Madrid, 1732) Economista y político español. A los quince años se trasladó a Madrid y, tras estudiar allí un año, ingresó en 1686 en la Real Academia de Bruselas. Permaneció diez años en el ejército de Flandes y obtuvo el grado de capitán de Infantería.
Entre 1698 y 1700 desempeñó el cargo de secretario general del Cuerpo del Ejército de Flandes, a la órdenes del gobernador y comandante general, marqués de Bedmar. Cuando éste fue designado virrey de Sicilia, eligió a Urtáriz secretario de Estado y Guerra, en 1705. En 1706 Felipe V le nombró caballero de la orden de Santiago.
Al año siguiente regresó a la Península; como experto en cuestiones económicas (fruto de las observaciones y estudios que realizó en sus viajes por los Países Bajos, Gran Bretaña, Alemania e Italia), ocupó diversos cargos: formó parte de los consejos de Castilla y de Indias; fue secretario de la junta de Comercio, en 1727; ministro de la junta de Comercio y Moneda, en 1730; visitador de la manufacturas reales de Guadalajara; y censor de libros de economía.
Su pensamiento ejerció una fuerte influencia sobre la política económica durante el reinado de Felipe V. Preocupado por la decadencia que sufrió el reino a lo largo del siglo XVII y por las consecuencias de la guerra de Sucesión española, retomó las inquietudes económicas de los arbitristas del siglo anterior. 



MERCANTILISMO FRANCES


Juan Bodino (1530 – 1596)







(Jean Bodin) Pensador francés (Angers, 1530 - Laon, 1596). Jurista de formación, Bodin ocupó diversos cargos (abogado en el Parlamento de París desde 1560, procurador del Tercer Estado en los Estados Generales de 1576…) en la época en que Francia se desangraba por las guerras civiles entre católicos y protestantes (hugonotes). Buscando el modo de superar este clima permanente de violencia -que además debilitaba a Francia en su relación con otras potencias-, Bodino abrazó un tercer partido, llamado de los «políticos», que proponía la tolerancia religiosa y el reforzamiento de la autoridad del Estado como árbitro que garantizara la paz entre las comunidades enfrentadas. En consecuencia, y aunque había apoyado anteriormente a la Liga católica, acabó reconociendo como rey al hugonote navarro Enrique IV, cuya conversión al catolicismo puso fin al conflicto mediante una solución de compromiso (1593).
Entretanto, Bodino había plasmado las ideas que sustentaban su postura en un libro fundamental para la historia del pensamiento político occidental: Los seis libros de la República (1576), publicado sólo cuatro años después de la gran matanza de hugonotes de la Noche de San Bartolomé. En ellos acuñó el concepto de soberanía como el poder único, perpetuo, absoluto e indivisible que impone el orden en un Estado impidiendo la guerra entre sus súbditos; bajo ningún concepto consideraba legítima la insurrección contra el soberano, pues estimaba que siempre era preferible la tiranía a la anarquía.




Jean Baptiste Colbert

 

 

Jean-Baptiste Colbert (Reims, 29 de agosto de 1619París, 6 de septiembre de 1683) fue ministro del rey de Francia Luis XIV. Excelente gestor, desarrolló el comercio y la industria con importantes intervenciones del Estado. Su nombre va unido a una determinada política: el llamado colbertismo y como un antecesor del dirigismo.

Jean-Baptiste Colbert era el primogénito de Nicolas Colbert y Marie Pussort, y su familia formaba parte de la banca en la región de Champaña. A pesar de que su familia afirmaba descender de nobles escoceses no hay ninguna prueba que lo demuestre y la invención de antepasados nobles era una práctica corriente entre los plebeyos. No se tienen muchos datos acerca de su juventud, pero es probable que estudiara en un colegio de jesuitas. En 1634, trabajó con el banquero de Lyon Mascranny, y luego con un notario parisino, padre de Jean Chapelain.
Pasa luego al servicio de su primo, Jean-Baptiste Colbert de Saint-Pouange, primer comisionado del departamento de la guerra con Luis XIII. En 1640, con 21 años, su padre emplea sus relaciones y su fortuna para comprarle el cargo de Comisario ordinario de guerra, comisionado del Secretario de Estado de guerra, François Sublet de Noyers. Este puesto le obligó a inspeccionar las tropas, lo que le dio una cierta notoriedad.
En 1645, Saint-Pouange le recomienda a Michel Le Tellier, su cuñado, que trabajaba como Secretario de Estado de guerra, quien lo contrata primero como secretario privado y luego consigue que lo nombren consejero del rey en 1649. El 13 de diciembre de 1648, se casa con Marie Charron, hija de un miembro del consejo real, que aportó una dote de 100.000 libras. Tuvieron cuatro hijos: Jeanne Marie, Jean-Baptiste (marqués de Seignelay), Jules Armand (marqués de Blainville) y Anne Marie.
En 1651, Le Tellier lo presenta al Cardenal Mazarino quien le confía la gestión de su fortuna, una de las más importantes del reino. Encargado más adelante de supervisar la gestión de las Finanzas del Estado, redacta en octubre de 1659 un memorándum sobre las malversaciones del superintendente de finanzas, Nicolas Fouquet. En él afirmaba que menos de la mitad de los impuestos recaudados llegaban hasta el rey.
Tras haber iniciado su carrera en el seno del clan Le Tellier, Colbert también ejerció el nepotismo y creó su propio clan, situando a sus familiares y amigos en puestos claves. Así colocó a su hermano Charles o a su primo, Colbert de Terron. De hecho, su clan acabó siendo rival del de Le Tellier y especialmente del Secretario de Estado de Guerra, François Michel Le Tellier de Louvois. En 1657, compra la baronía de Seignelay en la región de Yonne y en 1670, la baronía de Sceaux en el sur de París. Convierte el dominio de Sceaux en uno de los más hermosos de Francia gracias a André Le Nôtre que diseña los jardines y a Charles Le Brun que se encarga de toda la decoración tanto de los edificios como del parque.
El cardenal Mazarino, antes de morir, el 8 de marzo de 1661 sugiere al rey que tome a su servicio a Colbert. En septiembre de 1661, Colbert consigue por fin que Fouquet caiga en desgracia: D'Artagnan le detiene en Nantes el 5 de septiembre de 1661 y Colbert le sucede a la cabeza de la administración de Finanzas, primero como intendente de finanzas y en 1665 como supervisor general. Su política consistió en dar independencia económica y financiera a Francia, obtener una balanza de pagos excedentaria y aumentar el producto de los impuestos. Terminó con la depredación y liquidó la deuda del Estado.
Favoreció el comercio, protegió las ciencias, las letras y las artes. En 1663, fundó la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras. Favoreció asimismo la investigación con la creación de la Academia de Ciencias (1666), el Observatorio de París (1667) al que se llamó a Huygens y Cassini o la Academia de Arquitectura (1671).

En 1664, se le nombra superintendente de Edificios y Manufacturas reales. Decide copiar las producciones de los estados limítrofes para poder ser autosuficiente en lo que éstos le proporcionaban. No duda en contratar obreros extranjeros para iniciar esas manufacturas. Utilizó con frecuencia la adjudicación de monopolios. Restableció las manufacturas viejas y añadió nuevas, en especial de cristales y tapices (los Gobelinos).
También dirige la producción artística destinada a la reforma de los palacios reales, entre los que destacan el de Versalles. En marzo de 1667, Colbert nombra lugarteniente de policía a Gabriel Nicolas de la Reynie, quien pasa a ser el primer policía de Francia, imponiendo su autoridad a gendarmerías y somatenes. El mismo año, el propio Colbert es elegido miembro de la Academia francesa. Con un carácter cortante y poco elocuente, siempre vestido de negro, trabajando para el Estado desde las cinco de la madrugada, Madame de Sévigné lo apodó «El Norte».
En 1668, es nombrado secretario del Estado en la casa del Rey. Convencido de la gran importancia que el comercio tiene en la economía, logra que el rey cree un Secretariado de Estado para la Marina en 1669, del que será el primer titular. Construye una flota de guerra de 276 barcos.
Desarrolló las infraestructuras favoreciendo los intercambios comerciales: canales, rutas reales... Plantó el bosque de las Landas para la construcción naval. Ordenó reparar las carreteras, hizo nuevas, y unió el Mediterráneo con el Atlántico por medio del canal de Languedoc.
Pavimentó e iluminó París, embelleció la ciudad con muelles, plazas públicas, puertas triunfales (Saint-Denis y Saint-Martin); ordenó que se hiciera la columnata del Louvre y el jardín de las Tullerías.

 MERCANTILISMO INGLES


THOMAS MUN (1571 – 1641)


 Economista inglés nacido en Londres y reconocido como uno de los más destacados miembros de la escuela mercantilista.
Fue un activo y próspero comerciante en Italia y oriente, obteniendo al parecer grandes riquezas. Regresó a Londres, donde fue miembro del consejo y director (1615) de la británica Compañía de las Indias Orientales (East India Company) con la que estaba ligado por lazos familiares.
En su Discourse of Trade from England unto the East Indies (1621), tras la crisis económica de 1620,  trató de rebatir la acusación de que el comercio con las indias orientales estaba provocando la salida de oro.
Se opuso a los que defendían el control de cambios y la devaluación de la libra esterlina, proponiendo como alternativa el fomento de las exportaciones.

Ideas Principales o Contribuciones a la Economía

         siempre y cuando las exportaciones totales excedieran a las importaciones totales el drenado de metálico de un país en cualquier área de comercio no importaba
         Enriquecer el excedente de exportaciones; “venderles a los extranjeros anualmente más en valor de lo que nosotros consumimos de lo suyo”
         Partidas invisibles en la Balanza de Pagos

Escritos
·         Discourse of Trade from England unto the East Indies (Discurso del Comercio desde Inglaterra a las Indias Orientales1621).
·         Discourse on England's Treasure by Foreign Trade (Riqueza de Inglaterra por el Comercio Exterior 1630) (escrito en 1630 y publicado por su hijo en 1664) es considerado un clásico en la exposición de las ideas del mercantilismo.
·         La obra de Mun fue publicada en español por el Fondo de Cultura Económica de México en 1954.

Thomas mun no escapo al ideal mercantilista de lograr una nación más rica y poderosa y según él la única manera de lograr esto era atravez del comercio exterior de vender más a las otras naciones y limitar la compra de productos extranjeros ósea vender más de lo que se compraba.

Este situó al Comercio en el plano más alto de la economía. Si las Exportaciones son mayores a las Importaciones, el saldo llegaría en Dinero al país, incrementándose la Riqueza nacional pero no intuyó, sin embargo, que esto generaría Inflación. Lo que le interesaba a Thomas Mun era lograr un saldo positivo en la Balanza Comercial, un instrumento inventado por los mercantilistas que es usado hasta nuestros días. Asumía que si se lograba vender al resto de los países más de lo que se les compraba, el país se enriquecía.



 



SIR WILLIAM PETTY






Sir William Petty (26 de mayo de 1623- Londres, 16 de diciembre 1687) fue un filósofo, médico, economista y estadístico inglés
Petty estudió medicina en las universidades de Leiden, París y Oxford. Petty tuvo extensas propiedades en Irlanda debido a su asociación con Oliver Cromwell y la Mancomunidad (Commonwealth). Fue por un tiempo breve miembro del Parlamento inglés. Durante su vida fue un científico, inventor, empresario, y uno de los miembro fundadores de la Royal Society. Le fue concedido el título de sir en 1661. Fue bisabuelo de William Petty Fitzmaurice.
Es mejor conocido por sus escritos de historia económica y estadística previos al trabajo de Adam Smith. Sus trabajos más famosos son los de tipo demográfico, Aritmética política y títulos similares, en los se trata del primer intento de entender las relaciones entre la población y la economía. Fue creador del termino pleno empleo y formulador de la Ley de Petty
Consideraba que las funciones estatales debían comprender, además de las tradicionales (defensa, justicia, etc.), tres funciones adicionales: sostenimiento de las escuelas y colegios; financiamiento de los orfelinatos y cuidado de los necesitados; y, finalmente, mantenimiento de los caminos, corrientes navegables, puentes y puertos. No obstante enrolarse en el Mercantilismo, su cita favorita, el aristotélico "el muno rechaza el ser mal gobernado", anunciaba la aparición de las ideas liberales. Como fórmula básica para el establecimiento de impuestos, Petty aducía que los hombres debían contribuir para el Estado según la participación y el interés que tuvieran en la "paz pública", es decir, conforme a sus "posesiones o riquezas". Consideraba, sin embrago, que la gente era remisa a pagar impuestos (por escacez de moneda, inconveniencia de la época de pago, inequidad, o porque se suponía que el soberano pedía más de lo que necesitaba, y que su finalidad era el esplendor superfluo de éste y su corte, etc.). Sostenía que los impuestos no debían ser tan altos como para reducir los fondos que eran menester para mantener el comercio de la nación; no eran perjudiciales en tanto se los invirtiera en productos nacionales (entendiendo que los impuestos volvían directamente al pueblo). Le parecía que eran esencialmente justos los impuestos sobre el consumo (que cada persona pagara impuestos en proporción a lo que disfrutaba o a sus gastos), y que fomentando la frugalidad se incrementaría la riqueza de la nación. Los impuestos sobre las importaciones y las exportaciones debían aplicarse de modo razonable y en cierta medida selectivamente (aplicar un derecho de importación alto sobre los bienes fabricados en Inglaterra); había que cobrar impuestos muy reducidos o no cobrar tributos sobre las materias primas necesarias para las idustrias inglesas. Los impuestos sobre la exportación nunca debían exceder del punto en que elevaran el costo del producto por encima del propio exigido por los competidores de otras naciones. Se oponía a otros tipos menores de impuestos (sobre los monopolios, porque fomentaban su creación; sobre las loterías, pues afirmaba que si la lotería debía ser explotada, correspondía que lo fuera por el Estado, y no por los intereses privados, etc.). Su trabajo ha constituido el primer tratamiento sistemático de tributación.
Sus obras fueron:
·         A Treatise of Taxes and Contributions (1662)
  • Verbum Sapienti or an Account of the Wealth and Expences of England, and the Method of raising Taxes in the most Equal Manner (1665, publicada en 1691)
  • Anatomía política de Irlanda (Political Anatomy of Ireland) (1671-1672, publicado en 1691);
  • La Aritmética política (Political Arithmetick or a Discourse concerning the Extent and Value of Lands, People, Buildings,... etc. As the same relates... to the Territories of ... Great Britain,... Holland, Zealand, and France) (escrito aprox. 1672-1676, publicado 1690);
  • Quantulumcunque Concerning Money (1682, publicado 1695);
  • Another Essay in Political Arithmetick concerning the Growth of the City of London (1682, publicado 1683);
  • Observations (and further Observation) upon the Dublin Bills of Mortality (1683 y segunda edición 1686);
  • Two Essays in Political Arithmetick concerning London and Paris (1687);
  • Observations upon the Cities of London and Rome (1687);
  • Five Essays in Political Arithmetick (1687); y
  • A Treatise of Ireland (escrito en 1687, publicado en 1899)




Sir Josiah Child (1630-1699)


 


Empresario y economista inglés, gobernador de la Compañía de las Indias Orientales. Es el más destacado mercantilista británico.
Considera que para mejorar la competitividad internacional del país es necesario que los salarios y los tipos de interés se mantengan bajos. Para que los salarios se mantengan bajos es conveniente que haya muchos trabajadores. Para que los tipos de interés se mantengan bajos es conveniente que haya mucha moneda circulando.

Obras:
  • Brief Observations Concerning Trade and the Interest of Money (1668)
  • Observations upon the United Provinces of Netherlands (1672)
  • A New Discourse of Trade (1693)










  







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