miércoles, 13 de octubre de 2010

escuela clasica


Escuela Clásica
La economía clásica es una escuela de pensamiento económico cuyos principales exponentes son Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus y John Stuart Mill. Es considerada para muchos como la primera escuela moderna de economía. La publicación del libro de Adam Smith titulado la riqueza de las naciones en el año de 1776 se considera normalmente como el inicio de la escuela clásica. El centro de la preocupación de los economistas clásicos estuvo en el problema de la riqueza, de su origen y distribución, así como el análisis del valor; el estudio de la renta de la tierra.
Los clásicos designaron a la economía con el término de economía política y se interesaron en los temas de política económica que se discutían en la época.
La escuela estuvo activa hasta mediados del siglo XIX y fue sucedida por la escuela neoclásica, que comenzó en el reino unido en el 1870.
Los economistas clásicos reorientaron la economía alejándose del análisis previo que se centraba en los intereses personales del gobernante y un interés basado en las clases sociales. Adam Smith principal representante de esta escuela identificó la riqueza de la nación con el producto nacional bruto, en lugar de la tesorería del rey o del estado. Smith veía este producto nacional como el trabajo aplicado a la tierra y al capital. Una vez que la tierra y el capital son apropiados por los individuos, el producto nacional se divide entre trabajadores, terratenientes y capitalistas, en la forma de salario renta e interés.
Los economistas intentaron explicar el crecimiento y el desarrollo económico. Crearon sus dinámicas de crecimiento en una época en la que el capitalismo se encontraba en pleno auge tras salir de una sociedad feudal y en la que la revolución industrial provocaba enormes cambios sociales. Estos cambios también provocaron la cuestión de si se podría organizar una sociedad alrededor de un sistema en la que cada individuo buscara simplemente su propia ganancia. Tendió a enfatizar los beneficios del libre comercio, un análisis organizado alrededor del precio natural de los bienes, y la teoría del valor como costo de producción o la teoría del valor del trabajo.

Los principales aportes que dio la escuela clásica a la economía fueron:
Teoría del valor de cambio: Es igualmente cierto que Smith pudo dar una interpretación mucho más satisfactoria del funcionamiento del sistema capitalista, eliminando el error de los fisiócratas relativo a la esterilidad de la industria. La elimina­ción de este error fue posible gracias a un análisis profundo del problema del valor de las mercancías.
En el libro de La riqueza de las naciones, Smith, después de haber expuesto su teoría sobre el papel de la división del trabajo, intenta aclarar el problema de la formación de los precios y el de la naturaleza de las rentas de los particulares.
Partiendo todavía del principio de que la división del trabajo es la fuente del enriquecimiento de las naciones, desarrolla de nuevo esta idea intentando explicar la división del trabajo por la propensión de los indi­viduos al intercambio. Esto le conduce a plantearse el problema del valor intercambiable o del valor de cambio de los bienes.
Vemos aquí un progreso decisivo en la construcción de una ciencia de la economía.
Anteriormente a Smith se ligaba normalmente el valor de los bienes a su utilidad. Esto es lo que hacía aún Hutcheson, predecesor de Smith en Glasgow.

De todas formas, hemos encontrado ya la idea del valor-trabajo en Petty y en Locke. En 1738 un opúsculo inglés, anónimo, sobre el interés del capital, afirmaba claramente que el valor de las cosas necesarias para la vida, "cuando éstas son intercambiadas las unas por las otras, viene dado por la cantidad de trabajo necesario y empleado comúnmente en su pro­ducción"; y el autor añadía que, por esta razón, "en determinados mo­mentos y lugares, una tonelada de agua puede resultar tan cara como una tonelada de vino". Otros autores, sobre todo Cantillon y William Tem­ple, también se habían orientado hacia esta concepción. Sin embargo, la noción de valor en estos autores seguía siendo ambigua. Fue Smith quien esclareció la cuestión, haciendo la distinción esencial entre valor de uso y valor de cambio.
“Hay que observar — dice — que la palabra "valor" tiene dos significados dife­rentes: a veces significa la utilidad de un objeto particular y, otras, la facultad que da la posesión de "'este objeto para poder comprar otras mercancías. Se puede llamar al primero, valor en uso y al segundo valor en cambio. Hay cosas que tienen un gran valor en uso y tienen, sin embargo, poco o ningún valor en cambio; y al contrario, las que tienen un gran valor en cambio no tienen a menudo casi ningún valor en uso.
No hay nada más útil que el agua, pero con ella apenas se puede comprar nada. Por el contrario, un diamante, que apenas tiene valor en cuanto al uso, podrá ser fácilmente cambiado por muchas otras mercancías.”
Es importante señalar que el autor considera aquí los dos tipos de valor como hechos sociales. El valor de uso es, a sus ojos, la utilidad social de la mercancía. Es por lo que puede decirse que el diamante tiene poca utilidad. El valor de uso, en sí mismo, tal como él lo considera, es un hecho objetivo y no subjetivo. Smith considera aquí que las relaciones socia­les constituyen, en sí mismas, un objeto de estudio sui generis.
Lo que hay que explicar ahora es el valor de cambio. Para llegar a ello Smith utiliza una concepción de una importancia fundamental: considera que el intercambio de las mercancías es, en realidad, el intercambio del tra­bajo necesario para la producción de estas mercancías:
“El precio real de cada cosa, lo que cada cosa le cuesta realmente al que quiere procurársela, es el trabajo y el esfuerzo que debe imponerse para obtenerla. Lo que cada cosa vale realmente para el que la adquiere y que quiere disponer de ella o cambiarla por otro objeto, es el esfuerzo y la dificultad que su posesión pueden aho­rrarle y que le permite imponérselos a otras personas. Lo que se compra con dinero o con mercancías es comprado con trabajo, lo mismo que lo que adquirimos con el sudor de nuestra frente. Este dinero y estas mercancías nos ahorran, de hecho, esta fatiga. Las mercancías contienen el valor de una determinada cantidad de trabajo, que cambiamos por aquello que se supone que contiene el valor de una cantidad igual de trabajo. El trabajo ha sido el primer precio, la moneda pagada por la compra primi­tiva de todas las cosas.”
Nuestro autor se coloca aquí frente a una sociedad hipotética en la que todos trabajan e intercambian los productos de su trabajo. En esta socie­dad, nos dice, los productos deben intercambiarse según la cantidad de trabajo necesario para su producción. De lo contrario, algunos resultarían perjudicados y el sistema de intercambio no podría funcionar.
Al construir este modelo, Smith cree, pues, referirse a un tipo primi­tivo de sociedad. Pero los sociólogos contemporáneos han demostrado cla­ramente que el intercambio primitivo ha sido siempre muy diferente del que imagina nuestro autor. En realidad, quizá sea necesario llegar hasta la economía capitalista para encontrar un tipo de vida económica donde el trabajo consumido en la producción determine las relaciones de cambio. Smith, sin embargo, piensa que su explicación del valor no es válida para la economía de una nación "civilizada".
Smith considera que si el precio natural de una mercancía fuera igual a la suma de los salarios pagados para obtenerla, todo sería muy simple. Un objeto pagado dos veces más caro sería necesariamente un producto que habría costado dos veces más de trabajo.
Pero, en el precio está también comprendido el beneficio del capital y la renta de la tierra.
¿Se puede decir que el beneficio del capital es la remuneración de un tipo de trabajo, como puede ser el trabajo de dirección de la empresa? No, puesto que los beneficios "se rigen por principios totalmente diferen­tes" de los que regulan los salarios; "se regulan enteramente en función del valor del capital empleado y son más o menos elevados según la im­portancia de este capital".
El beneficio no es, pues, según Smith, la remuneración de un trabajo. Y lo mismo se puede decir de la renta del suelo, ya que los propietarios no trabajan, aunque "les gusta recoger allí donde no han sembrado".
La conclusión de Smith es que no hay, hoy en día, relaciones exactas entre los precios naturales de las mercancías y sus costes en trabajo. Estas relaciones existían "en el primer estado informe de la sociedad, que pre­cedió a la acumulación de capitales y a la apropiación del suelo”,  y cuando "el producto del trabajo pertenecía por entero al trabajador". Pero esta situación ha desaparecido desde hace mucho tiempo.
Por esta razón, no le parece posible afirmar que, en la economía que tiene ante sí, los valores de cambio de los productos están determinados por sus costes en trabajo.
Los progresos ulteriores del pensamiento económico mostraron la raíz del error de Smith. Éste no comprendía que los fenómenos sociales con­cretos no reflejan de manera simple y directa las leyes esenciales que los rigen. Hubiera querido que cada precio de un producto particular corres­pondiera al coste en trabajo del producto. Más tarde, Carlos Marx demos­trará, de manera perfectamente clara, que en la economía capitalista la correspondencia entre el precio y el coste en trabajo se verifica solamente "como media" y que hay siempre mercancías cuyos precios son algo su­periores a los verdaderos valores de los productos mientras que los precios de otras son algo inferiores a sus valores.
Pero pasará casi un siglo antes de que este esclarecimiento decisivo sea incorporado a la teoría del valor. El  propio Smith, una vez expuesto el principio exacto de la explicación del valor, lo abandona a causa de su incapacidad para remontar la dificultad de que hemos hablado, cayendo entonces en la confusión.
Afirma que el precio normal de cada objeto corresponde a la cantidad de trabajo que se puede "encargar", es decir, comprar con este objeto.
Esta nueva interpretación constituye una perogrullada desprovista de todo alcance. Si una hora de trabajo se paga a 10 francos, un objeto que vale 100 francos permite comprar 10 horas de trabajo. Esto es una evi­dencia, pero no presenta ningún interés particular. Hay que lamentar, pues, que Smith no haya permanecido fiel a su primera interpretación. Sin em­bargo, hay que hacer notar que sus análisis están generalmente fundados en la explicación del valor de cambio por el coste en trabajo, y de todas formas, su convicción de que el valor de cambio debe estar ligado al tra­bajo juega un papel decisivo en el conjunto de su sistema. En efecto, esta convicción le aleja de la idea fisiocrática de la esterilidad de la industria. En la agricultura es el trabajo el que engendra el valor de los productos. No hay, pues, ninguna razón para sostener que la industria es estéril. Por el contrario, hay que decir que el trabajo industrial crea valor al igual que el trabajo agrícola.
Desde este momento el camino está libre para nuevos progresos en el análisis del sistema capitalista.
Smith, como los fisiócratas, coloca en el punto de partida de sus análisis el capital, cuyo uso permite aumentar la productividad del trabajo. Desa­rrolla un análisis del empleo del capital apoyándose en la distinción entre capital fijo y capital circulante, tomada del lenguaje de los empresarios industriales; el capital fijo sirve para adquirir el equipo duradero y el capital circulante sirve para comprar las materias primas y para pagar los salarios.
Sobre esta base, lleva a cabo un análisis de la formación de las rentas que resulta muy superior al hecho por los fisiócratas.
Teoría de las rentas:
El salario de las personas ocupadas en la producción
Sobre esta cuestión, Smith adopta el punto de vista corriente en su época, según el cual el salario corresponde a lo necesario para que el obrero pueda asegurar su subsistencia.
Smith admite que el salario tiende a aumentar cuando la riqueza nacio­nal crece, ya que la demanda de trabajo aumenta. Sin embargo, este aumento de los salarios, dice, no podrá ser muy considerable ya que una recompensa más generosa del trabajo... permitirá a los padres cuidar mejor a sus hijos y, en consecuencia, educar un mayor número de ellos.  Smith no duda en considerar esto como una ley natural ante la cual hay que inclinarse: La demanda de hombres, dice, rige necesariamente la producción de hombres, de la misma manera que lo hace la demanda de cualquier otra mercancía.
Vemos aparecer de nuevo, de la forma más clara, la concepción que asimila el trabajador a un objeto.
El beneficio del capital
La concepción que hace del trabajo la única fuente del valor de cambio, cuya expresión es el precio de un producto, conduce inmediatamente a la tesis según la cual el beneficio del capital, que es una parte del precio, es una deducción sobre el valor creado por el trabajo.
Smith admite esta tesis y la desarrolla con toda la precisión necesaria:
“Tan pronto como haya capitales acumulados en las manos de algunos particulares, dice, algunos de ellos los utilizarán naturalmente en emplear trabajadores, a los que proporcionarán materiales y subsistencia, a fin de conseguir un beneficio sobre la venta de sus productos, o sobre el valor que el trabajo de estos obreros añade a los materiales. Cuando el producto acabado es cambiado por dinero o por trabajo, o bien por otras mercancías, es preciso que haya, aparte de lo necesario para pagar el precio de los materiales y los salarios de los obreros, una determinada cantidad en beneficio del empresario de la obra, que arriesga sus capitales en este negocio. De esta manera, el valor que los obreros añaden a la materia, se divide en dos partes; con una se pagan los salarios y con la otra, los beneficios del empresario.”
Smith ve, por otro lado, que el interés del capital es una parte del benetituye el punto de partida de un análisis del beneficio que sigue siendo válido actualmente.
El autor de La riqueza de las naciones ve claramente que todos los capitales invertidos deben dar un beneficio a su propietario y que la tasa de beneficio, es decir, la relación entre el beneficio y el capital empleado, tiende a ser la misma para todos, ya que cada capitalista intenta colocar su dinero allí donde éste reporte el máximo. Sin embargo, hay dos circuns­tancias que pueden explicar el hecho de que las tasas de beneficio sean distintas con carácter permanente: el distinto "atractivo" que se encuentra en dar al capital uno u otro empleo, y por otra parte, "la seguridad o el riesgo que acompañan al tipo de negocio en el cual se emplea el capital".
Smith ve, por otro lado, que el interés del capital es una parte del bene­ficio que el prestatario cede al prestamista para obtener la disponibilidad de un capital que no posee. La tasa de interés es, normalmente, inferior a la tasa de beneficio y la diferencia entre ambas representa una especie de prima de seguro que el prestamista paga, a fin de gozar de un ingreso asegurado y no aleatorio, como es el que se obtiene en los negocios: "El capital, escribe Smith, está a cargo del prestatario que, por así decirlo, es el asegurador del que presta".
Todos estos análisis, que más larde fueron excesivamente olvidados, son perfectamente válidos y constituyen adquisiciones definitivas de la ciencia económica.

 La renta de la tierra
Respecto a la renta de la tierra, los análisis de Smith son igualmente importantes.
Smith afirma que la renta es la diferencia entre el precio de la cosecha y la suma de los salarios y beneficios que deben ser normalmente pagados para obtener esta cosecha, dadas las cantidades de trabajo y de capital empleadas. E indica que esta diferencia se le paga al propietario porque éste cede en alquiler su tierra al colono que más le ofrezca. Como hay siempre colonos que desean arrendar tierra y dado que la cantidad de ésta es limitada, el propietario se beneficia de una situación de monopolio.
“El arriendo, escribe Smith, considerado como el precio pagado por la utiliza­ción de la tierra, es naturalmente el precio más elevado que le es posible pagar al arrendatario en las circunstancias en que se encuentra la tierra en aquel momento. Cuando se estipulan las cláusulas del arrendamiento, el propietario hace todo lo po­sible para no dejarle del producto más que lo necesario para reemplazar el capital empleado en obtener las semillas, pagar el trabajo, comprar y mantener el ganado y otros instrumentos de laboreo y para darle, por otro lado, los beneficios ordinarios que rinden las fincas de la región. Esta parte, es, evidentemente, la más pequeña con la que el colono puede contentarse, sin sufrir pérdidas y raramente está dispuesto el propietario a dejarle una cantidad mayor.”
Y un poco más adelante, concluye:
“El arriendo de la tierra, considerado como el premio pagado por el uso de éste, es, pues, naturalmente, un precio de monopolio.”
Evidentemente queda por saber cómo se puede explicar el nivel del arriendo en un momento dado y para una tierra dada. Esforzándose en dar esta explicación, Smith se desorienta y su exposición resulta muy con­fusa. Sin embargo, la idea que acaba de exponerse es de una gran impor­tancia porque desbarata definitivamente la tesis fisiocrática sobre la pro­ductividad exclusiva de la tierra. La renta del suelo no es un don de la naturaleza, ya que depende esencialmente de la situación de monopolio en la que se encuentran los propietarios agrícolas. Bien entendido, esto implica que la renta de la tierra, así como el beneficio del capital es una deducción sobre el valor creado por el trabajo.
 Los salarios de los trabajadores no productivos
Podría parecer que el problema del origen de las rentas está entera­mente resuelto, puesto que ya se ha hablado de los salarios, de los beneficios y de las rentas. Pero en realidad, nos queda aún por examinar una categoría de rentas: las rentas de las personas que viven de su trabajo (a diferencia de los capitalistas y de los terratenientes), pero que no per­tenecen al sector productivo de la sociedad.
Smith considera como trabajadores productivos a los individuos que par­ticipan en la fabricación de objetos materiales y en su distribución entre los consumidores. Las restantes personas que viven de su trabajo propor­cionan trabajo no productivo. En esta segunda categoría se encuentran principalmente los domésticos, los funcionarios, los miembros de profesio­nes liberales y también, en general, los productores de servicios.
Por el momento, aceptemos sin discusión, esta definición .y veamos lo que de ella deduce Smith.
El valor de la producción nacional, dice, es igual a la suma de los salarios de los trabajadores productivos, de los beneficios y de las rentas agrícolas. Pero los beneficios de estas rentas pagan impuestos al Estado y éste los utiliza para pagar a sus funcionarios. Así pues, los sueldos de los funcionarios, trabajadores no productivos, son pagados gracias a la trans­ferencia de una parte de las rentas creadas directamente en el proceso de producción.
Por otra parte, los capitalistas y terratenientes mantienen unos domés­ticos. Los sueldos de estos domésticos son también "renta de transferencia", empleando el lenguaje moderno.
Finalmente, el conjunto de los individuos paga los servicios de los miembros de las profesiones liberales (hombres de leyes, por ejemplo). Los ingresos de estas personas son rentas de transferencia en primero o en segundo grado.
El análisis de la formación de las rentas dado por Smith, que constituye una interesante adquisición de la teoría económica, puede ser resumido en el cuadro siguiente:












 


Vemos, pues, que la distinción entre trabajo productivo e improduc­tivo conduce a Smith a conclusiones precisas y de la mayor importancia. Pero hay que señalar que no es capaz de delimitar exactamente la noción exacta de trabajo improductivo.
Según él, es trabajo improductivo el que "no se concreta ni se realiza sobre un objeto o cosa que pueda venderse". Y considera entre los traba­jadores improductivos, no sólo a los domésticos y a los funcionarios, sino incluso:
Los sacerdotes, abogados, médicos y hombres de letras de todo tipo, así como los cómicos, farsantes, músicos, cantantes, bailarines de ópera, etc. En efecto — dice — el trabajo de todos ellos, tal como la declamación del actor, el discurso del orador o los acordes del músico se desvanecen en el mismo momento en que se produ­cen.
En realidad aquí hay un error, ya que el comediante que es empleado por una compañía de espectáculos crea un producto, el espectáculo, ven­dido al público a un precio determinado que puede y debe ser contabi­lizado en el valor de la producción nacional.
En cambio, Smith tiene razón al considerar a los domésticos, los fun­cionarios y la mayor parte de los miembros de las profesiones liberales como trabajadores improductivos. El doméstico toma parte en las activi­dades que se desarrollan en el seno de los hogares y que no llevan a la creación de bienes vendibles en el mercado. Los funcionarios, que asegu­ran el funcionamiento de los servicios del Estado, no venden el uso de sus servicios. Finalmente, sería difícil sostener, en general, que los miembros de profesiones liberales crean valores realizables en el mercado. Los in­gresos de un abogado o de un escritor están demasiado estrechamente ligados a su personalidad para que puedan ser considerados como el pre­cio de una mercancía, siendo ésta, por definición, un bien estandarizado, producido regularmente, con el fin de ser vendido.
Hay que comprender que el sistema capitalista crea, en el seno de la sociedad, una esfera particular de actividades y de relaciones que puede ser analizada a través de los métodos cuantitativos de la economía polí­tica, ya que estas actividades y estas relaciones se refieren a valores de cambio. Bien entendido, no se trata de afirmar que esta esfera está total­mente aislada dentro del conjunto de las relaciones sociales. La producción de valores, sobre todo, está favorecida por la acción del Estado que ase­gura la circulación de bienes y personas. Pero, no es menos cierto que la esfera de la creación y circulación de valores debe ser delimitada lo más claramente posible si se quiere proceder a un análisis de la sociedad capi­talista.
Smith, que no llega por sí mismo a la noción de sistema económico, no podía evidentemente plantear de manera clara el problema de la deli­mitación de la esfera productiva en la sociedad capitalista.
PRINCIPIOS DE LA ESCUELA CLÁSICA DE LA ECONOMÍA.

Ø  competencia perfecta en todos los mercados.
Ø  el estado no debe intervenir en el funcionamiento de los mercados, ya que los agentes económicos en su acción individual son dirigidos al equilibrio y a la eficiencia, y la intervención de este con sus políticas fiscales, monetarias y los subsidios obstaculizan el funcionamiento de los mercados.
Ø  el mercado de trabajo esta siempre en condición de pleno empleo, no hay paro y el empleo que pueda surgir es de carácter friccional o voluntario.
Ø  la producción ofrecida  por las empresas  viene determinada por el nivel de pleno empleo. por tanto la oferta domina sobre la demanda.
Ø  el valor de un bien esta determinado por la cantidad de trabajo empleado en la producción de ese bien.
Ø  precios flexibles a la baja y al alza, incluido los salarios, lo que va a permitir que todos los mercados estén siempre en equilibrio
Ø  la política monetaria es ineficaz (neutralidad de dinero): variaciones en la oferta monetaria solo afectan al nivel de precios, sin que tengan ningún efecto sobre las variables reales como la cantidad demandada, producción de equilibrio, salarios, etc.
Ø  la política fiscal tampoco sirve ya que la economía se encuentra siempre en una situación de pleno empleo, por lo que estas medidas solo se traducen en subidas de precio.

RASGOS FUNDAMENTALES DE LA ESCUELA CLÁSICA
Ø  la norma básica fue el laissez faire: el mejor gobierno es el que interviene en menos. el mercado libre y competitivo determina la producción, los precios y la distribución de la renta.
Ø  destacan la existencia de una armonía de intereses, cada individuo a tratar de alcanzar sus propios intereses, servía a los interés superiores de la sociedad.
Ø  se defendía a los hombres de negocio, pues eran los que realizaban la acumulación del capital el cual era el factor indispensable para la inversión y el crecimiento económico.
Ø  confiaban en la competencia como mecanismo regulador de la economía.
Ø  defendían la primacía del sector privado con el sector público en el cual según los clásicos había despilfarro y corrupción.

La oposición de intereses en el seno de la sociedad
A pesar de sus defectos, el análisis hecho por Smith de la circulación del capital y de la formación de las rentas es, como hemos visto, muy su­perior al de los fisiócratas. Se podría suponer que continuando por este camino se debería llegar rápidamente a proponer un esquema del funcio­namiento del sistema capitalista, que fuera unánimemente aceptado. De hecho, no sucede así, ya que el análisis de Smith tendrá a los ojos de al­gunos, el inconveniente de revelar demasiado claramente la oposición de intereses que existe en el seno de una economía capitalista.
Por una parte, su análisis llega a la conclusión (a decir verdad, bas­tante sorprendente) de que los intereses de los comerciantes y de los in­dustriales están en oposición con el interés general de la sociedad. Por otra, muestra plenamente la oposición que existe entre los intereses de los asalariados y los de los empleadores.
En su capítulo sobre la renta agrícola, Smith llega a la conclusión de que el valor de los productos agrícolas debe permanecer invariable, o bien aumentar, mientras que el valor de los productos industriales debe dis­minuir.
En primer lugar, debe permanecer invariable el valor del trigo, prin­cipal producto de la agricultura.
“En los diferentes grados de progreso de un país  harán falta siempre, como promedio, unas cantidades de trabajo aproximadamente iguales, para hacer crecer cantidades iguales de trigo en una misma tierra y bajo un mismo clima; el continuo aumento de la capacidad productiva del trabajo, a medida que el cultivo se va perfeccionando, está más o menos compensado por el alza continua del precio del ganado, que es el principal instrumento de cultivo”.
El valor de los demás productos agrícolas (y sobre todo el del ganado) debe, según Smith, aumentar. Los argumentos dados para apoyar esta afirmación son muy confusos. En cambio:
“El interés natural del progreso general es... hacer bajar, gradualmente, el precio real de casi todos los productos de las manufacturas. La causa de que para hacer una pieza cualquiera no haga falta más que una pequeña cantidad de trabajo, reside en una maquinaria de más calidad, en una mayor destreza y en una distribución del trabajo mejor estudiadas, todo lo cual es el efecto natural del avance de un país”.
Así pues, el valor de los productos industriales disminuye.
Por otra parte, el autor de La riqueza de las naciones admite, como ya sabemos, que los salarios reales apenas cambian. Su conclusión es que las rentas agrícolas deben aumentar con el desarrollo de la riqueza nacio­nal, mientras que la tasa de beneficio debe disminuir.
Esta baja de la tasa de beneficio se explica por la concurrencia existente entre los capitales, cada vez más numerosos.  Sin embargo, Smith expone ya su idea de que hay una relación necesaria entre la evolución de los niveles alcanzados por los tres tipos de renta, sobre todo cuando escribe que
 La tasa más elevada que pueden alcanzar los beneficios ordinarios, es la que,, en el precio de la mayor parte de las mercancías, absorbe la totalidad de lo que debiera volver a la renta agrícola, y que reserva únicamente lo necesario para pagar el tra­bajo de preparar la mercancía y de conducirla al mercado al precio más bajo al que el trabajo pueda ser pagado, es decir, la mera subsistencia del obrero”.
La conclusión del conjunto de estos análisis, que se encuentra al final del capitulo sobre la renta de la tierra, es la siguiente: el interés de los terratenientes y el de los asalariados están ligados al interés general de la sociedad, puesto que sus ingresos aumentan al mismo tiempo que la rique­za nacional, mientras que el interés de los comerciantes y de los empresarios se oponen a este interés general (puesto que la tasa de sus beneficios dis­minuye cuando la riqueza nacional aumenta).
Esta afirmación conduce al autor de La riqueza de las naciones a una concepción del papel de las distintas clases en una nación, que demuestra hasta qué punto está todavía cerca de los fisiócratas.
Según él, es necesario oponerse al máximo a las exigencias de los co­merciantes y de los empresarios:
“El interés particular de los que trabajan en una rama determinada del comercio o de la industria es siempre, en general, diferente y aun contrario al del público. El interés del comerciante es ampliar constantemente el mercado y restringir la com­petencia de los vendedores. A menudo puede ser bastante conveniente para el interés general que el mercado sea ampliado; pero la restricción de la competencia de los vendedores se opone siempre a este interés y no sirve para nada, salvo para que los comerciantes tenga la posibilidad de elevar sus beneficios por encima de lo que sería natural, y de imponer, por cuenta propia, un tributo injusto a sus con­ciudadanos. Cualquier propuesta de nueva ley o de reglamento de comercio que venga de esta clase de gente, debe ser siempre recibida con la mayor desconfianza”.
Respecto a los salarios, Smith afirma que su interés coincide con el de la sociedad, ya que el progreso económico tiende a elevar los salarios reales, al menos temporalmente.
Sin embargo, añade, el obrero "es incapaz de conocer el interés general o de comprender la relación entre éste y el suyo propio. Su condición no le deja tiempo para estar convenientemente informado; y suponiendo que pudiera estarlo, su educa­ción y sus costumbres son tales que no le permitirían, normalmente, decidir en forma adecuada. Tampoco, en las deliberaciones públicas, se le pide apenas su parecer”.
No vamos a contradecir la justeza de estas observaciones. Pero hay que poner en evidencia la facilidad con que el autor se resigna a una situación que excluye de la vida pública a un elevado número de individuos.
¿Qué puede hacer, pues, el gobierno? Apoyarse en la clase de los terra­tenientes:
“Cuando la nación — escribe Smith — delibera sobre cualquier reglamento de co­mercio o de administración, los propietarios de las tierras no podrán, en absoluto, de­sentenderse de ello, aun teniendo sólo en cuenta el interés particular de su clase, por lo menos si se supone que poseen los conocimientos mínimos sobre lo que cons­tituye este interés”.
Smith sabe bien, por otra parte, que normalmente los propietarios cono­cen mal cuál es su interés. Piensa, sin embargo, que lo mejor es considerar­los como los guías de la sociedad.
El padre del liberalismo económico en Inglaterra no es, pues, en abso­luto, un defensor sistemático de las reivindicaciones de los comerciantes y de los industriales. Incluso podría parecer un adversario de esta clase. Pero, esta afirmación no estaría justificada, ya que reconoce, como hemos visto, el papel histórico esencial de la burguesía en el desarrollo de la civilización europea. Sin embargo, es comprensible que algunos economistas, esta vez defensores sistemáticos de los intereses del comercio y de la industria, ha­yan podido desear, tiempo después, hacer una revisión de los análisis de Smith.
Hay otra razón, más importante, que explica que estos análisis hayan sido impugnados y es que éstos muestran, de una manera muy cruda, la opresión de los asalariados por parte de las otras clases sociales.
En primer lugar, en el capítulo sobre los salarios, Smith analiza cómo los amos se alían y se ponen siempre de acuerdo para imponer a los obreros, que tienen prohibido asociarse, las condiciones de trabajo más duras y los salarios más bajos. Y describe, no sin cierta simpatía, las revueltas de los obreros:
“[Los obreros] están desesperados  y actúan con la extravagancia y el furor de las gentes sin esperanza, reducidos a la alternativa de morir de hambre o de arrancar a sus amos, por el terror, la respuesta más rápida a sus peticiones”.
Es cierto que a continuación, Smith dice que estas revueltas no condu­cirán a otra cosa que al castigo o a la derrota de los cabecillas de la re­vuelta; Pero este resultado se debe a la mayor fuerza de los amos y no a la validez de su causa. Ahora puede comprenderse que este célebre análisis haya podido parecer peligroso. Además, toda la teoría de la formación de las rentas tal como aparece en La riqueza de las naciones pone en eviden­cia el hecho de que los asalariados reciben una parte de la renta global tanto más pequeña cuanto más importantes son las otras rentas. Sin duda Smith explica que la distribución de la renta se rige, en definitiva, por leyes intangibles; pero está claro que numerosos pasajes de su libro pueden pro­porcionar armas a los defensores de los intereses de los asalariados.
En su capítulo sobre las colonias, por ejemplo, Smith dice que en Amé­rica los salarios son más elevados porque la tierra es abundante y la mano de obra, escasa. Entonces, añade:
“En los otros países, la renta y los beneficios crecen a expensas de los salarios y los reducen a casi nada, de forma que las dos clases superiores aplastan a la inferior”.
Esta simple frase propone una visión de la economía que parece muy poco favorable a la tesis liberal, pero Smith, cómodamente resignado a la injusticia, opta en definitiva por el liberalismo. Algunos, sin embargo, pue­den creerse autorizados a extraer de los mismos análisis, conclusiones com­pletamente diferentes.
Smith ha contribuido más que ningún otro a fundamentar y a propug­nar la doctrina liberal. Pero sabemos que él no es un adepto plenamente convencido de la teoría que hace de la sociedad una máquina perfecta­mente organizada y ordenada. Por el contrario, la máquina social comporta, a sus ojos, numerosas imperfecciones que son seguramente queridas por el autor de la naturaleza y no es conveniente, opina, intentar ponerles remedio. Sin embargo, no teme revelarlas al público, y es esto precisamente lo que mu­chos de sus sucesores no aceptarán, viendo en esta franqueza un peligro para el orden social.


AUTORES DE LA ESCUELA CLASICA


Adam Smith





Nació en Kirkcaldy (Escocia), durante el año 1723 (bautizado el día 5 de junio del mismo año); estudió en las universidades de Glasgow y Oxford. En 1737 ingresa en la Universidad de Glasgow. En ésta recibe clases de Filosofía Moral por parte de Francis Hutcheson, que a la postre le valdría ser influido por la escuela histórica escocesa. Es en esta asignatura, en la que se dedicaba una parte a la moral práctica, en la cual Smith basaría gran parte de La riqueza de las naciones.
En 1740 recibiría una beca para ir a estudiar al Balliol College de Oxford, una universidad en decadencia, como sostendría en la Riqueza de las Naciones. De 1748 a 1751 fue profesor ayudante de las cátedras retórica y literatura en Edimburgo. Durante este periodo estableció una estrecha amistad con el filósofo David Hume, amistad que influyó mucho sobre las teorías economistas y éticas de Smith.
En 1751 fue nombrado catedrático de lógica y en 1752 de filosofía moral en la Universidad de Glasgow. En 1763 renunció a la universidad y se convirtió en el tutor del III Duque de Buccleuch, a quién acompañó a un viaje por Suiza y Francia. En este viaje conoció a los fisiócratas franceses, que defendían la economía y política basada en la primacía de la ley natural, la riqueza y el orden.
Smith se inspiró en esencia en las ideas de François Quesnay y Anne Robert Jacques Turgot para construir su propia teoría, que establecería diferencias respecto a la de estos autores. De 1766 a 1776 vivió en Kirkcaldy. Fue nombrado director de Aduana de Edimburgo en 1778, puesto que desempeñó hasta su muerte el 17 de julio de 1790 a causa de una enfermedad. En 1787 fue nombrado Rector Honorífico de la Universidad de Glasgow.

Fue un economista y filósofo escocés, uno de los mayores exponentes de la economía clásica. En 1776 publica Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (o simplemente La riqueza de las naciones), por la cual es considerado por muchos especialistas el padre de la Economía Política. Esta obra representa el intento por diferenciar la economía política de la ciencia política, la ética y la jurisprudencia. Un elemento fundamental para esta diferenciación fue la crítica al mercantilismo, corriente heterogénea que venía desarrollando nociones económicas desde el siglo XV, más vinculada a los imperios coloniales que a la naciente revolución industrial.
Según la tesis central de La riqueza de las naciones, la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, que se potencia a través de la división del trabajo. La división del trabajo, a su vez, se profundiza a medida que se amplía la extensión de los mercados y por ende la especialización.
Una particularidad de la obra es el planteamiento de que, gracias a la apelación al egoísmo de los particulares se logra el bienestar general.   Esto es muchas veces interpretado de forma imprecisa como que simplemente el egoísmo lleva al bienestar general. Sin embargo, pasajes tanto de esta obra como de los sentimientos morales dejan en claro que la empatía con el egoísmo del otro (en donde acentúa la siguiente frase: «dame lo que necesito y tendrás lo que deseas») y el reconocimiento de sus necesidades es la mejor forma de satisfacer las necesidades propias.
La obra incluye una filosofía de la historia, donde la propensión a intercambiar exclusiva del hombre se convierte en el motor del desarrollo humano. Esta obra constituye también una guía para el diseño de la política económica de un gobierno. Los beneficios de la Mano Invisible del mercado solo se obtendrán en una sociedad bien gobernada.
Entre sus aportes más importantes se destacan:
  • La diferenciación clara entre valor de uso y valor de cambio.
  • El reconocimiento de la división del trabajo, entendida como especialización de tareas, para la reducción de costos de producción.
  • La predicción de posibles conflictos entre los dueños de las fábricas y los trabajadores mal asalariados.
  • La acumulación de capital como fuente para el desarrollo económico.
  • La defensa del mercado competitivo como el mecanismo más eficiente de asignación de recursos.
Sus principales aportes a la economía fueron: El funcionamiento económico de la sociedad descansa en las leyes del mercado y en la interacción del interés individual y la competencia.
Defensor del laissez faire, en cuanto a la no intervención del gobierno en los asuntos económicos. Para promover el bienestar, los mejores medios son el estimulo del propio interés y el desarrollo de la competencia.
La fuerza de trabajo asalariada no recibe lo suficiente para permitirles excedente alguno sobre sus necesidades, mientras que los otros dos grupos sociales sí podrían tener fondos suficientes para financiar inversiones y para sostener sus niveles de vida normales.
Destacó los efectos de la acumulación de los beneficios de los empresarios pues se reinvierten en maquinarias, lo que permitirá mayores posibilidades de división del trabajo y de aumentos de la producción y, por tanto, conducirá a una mayor riqueza.


David Ricardo



(Londres, 19 de diciembre de 1772 - 11 de octubre de 1823). Fue un economista inglés miembro de la corriente de pensamiento clásico económico, y uno de los más influyentes junto a Adam Smith y Thomas Malthus. Es considerado uno de los pioneros de la macroeconomía moderna por su análisis de la relación entre beneficios. Especializado en la negociación de valores públicos, prosperando bastante rápido y para 1815 había amasado una fortuna considerable. Después de haber adquirido su fortuna en la Bolsa de Londres, se convirtió en terrateniente. En 1819 fue elegido miembro del Parlamento; retuvo el cargo hasta su muerte. En la Cámara de los Comunes sus opiniones gozaban de autoridad, y se ha dicho de él que fue el primero en educar a la Cámara en el análisis económico. Se retiró de los negocios lo que le permitió dedicarse a trabajos intelectuales desde muy joven. Su interés por los problemas de la teoría económica se desarrolló hacia la mitad de su vida. Su primer contacto con el tema parece datar de 1799 cuando leyó a Adam Smith. En 1809 aparecieron publicadas sus primeras opiniones sobre economía en forma de cartas a la prensa firmadas por "R" en relación con la devaluación de la moneda.
sus principales aportes a la economía fueron: Descubrir la base que permite del intercambio entre las mercancías y las relaciones que de él se generan, interesándose por los precios relativos más que por los absolutos , en atención a que las mercancías obtienen su valor de dos fuentes: de su escasez y de la cantidad de trabajo necesario para obtenerlas .
Su análisis de la renta de la tierra y el desarrollo de la teoría de los costos comparativos, fueron sus contribuciones más significativas al mundo de la economía.
Las diferencias en la calidad de la tierra determinarían que, si bien los propietarios de las tierras fértiles obtendrían rentas cada vez más altas, la producción en las de peor calidad generaría sólo lo justo para cubrir los costos, sin lugar a la renta.
Desarrolló la teoría de los costos comparativos defendiendo que cada país debería especializarse en aquellos productos que tuvieren un costo comparativo más bajo e importar aquellos cuyo costo comparativo fuera más elevado. (Política de Libre Comercio Ricardiana) Según esta política, cada país debe dedicar su capital y trabajo a aquellas actividades productivas que les resulten más beneficiosas. De esta forma, se distribuye el trabajo con la mayor eficiencia y aumenta al mismo tiempo la cantidad total de bienes, lo que contribuye el bienestar general.
Su obra más importante, "Principios de economía política y tributación", apareció en 1817, constituye la exposición más madura y precisa de la economía clásica; en el prefacio afirma que "el principal problema de la economía política es determinar las leyes que regulan la distribución". Con ese fin desarrolló una teoría del valor y una teoría de la distribución. 


John Stuart Mill



(1806- 1873). Economista, lógico y filósofo británico. Hijo del también economista James Mill, En 1823 ingresó en la Compañía de las Indias Orientales, donde llegaría a ocupar el cargo de jefe de la Oficina para las Relaciones con los Estados Indios. Activo políticamente en defensa de la causa abolicionista durante la guerra civil estadounidense, desde 1865 y durante tres años ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes, donde sería objeto constante de polémica a causa de su decidido apoyo a las medidas a favor de las clases menos privilegiadas y de la igualdad de derechos para la mujer. En 1826, sufrió una “crisis mental”, descrita detalladamente en su Autobiografía (1873). Se rebeló contra su estricta educación, contra el utilitarismo (aunque sin romper con él), y se abrió a nuevas corrientes intelectuales como el positivismo de Comte, al pensamiento romántico y al socialismo.
Mill elaboró un completo análisis del proceso de formación de los salarios que entendió determinado por la interacción entre la oferta de trabajo y de la demanda del mismo en forma de fondo de salarios. Consideró el beneficio como renta del capital y lo hizo dependiente del nivel general de precios.
En su teoría del intercambio introdujo la utilidad como factor determinante del valor de cambio de un bien, a la par con su coste de producción. En el campo de la economía internacional se le debe la introducción del término «relación real de intercambio».
Se ocupó de cuestiones de estática y dinámica y expuso su idea de una evolución hacia el estancamiento de la totalidad del sistema capitalista a causa de una tendencia irreversible a la reducción de los beneficios, concepto que sería recuperado por Marx.
Su obra principal en el campo de la economía política apareció en 1848 bajo el título de Principles of Political Economy (Principios de economía política)



Thomas Robert Malthus





(Dorking, Gran Bretaña, 1776-1834) Economista y demógrafo británico. Hijo de una familia rural acomodada, su padre, que era amigo del filósofo David Hume y estaba influido por el filósofo radical William Godwin y el economista francés Condorcet, lo educó siguiendo las orientaciones del Emilio, de Jean-Jacques Rousseau.
En 1784 fue admitido en el Jesús College de Cambridge, donde se graduó en 1788. En 1791 obtuvo la licenciatura y en 1793 entró a formar parte de la institución, en la cual se ordenó sacerdote anglicano en 1797. En 1805 ingresó como profesor de historia y economía política en el East India Company’s College de Haileybury. En 1811 conoció a David Ricardo, con quien mantuvo una sincera amistad a pesar de sus diferencias teóricas.
En 1798 había publicado de forma anónima la primera edición de su Ensayo sobre el principio de la población, obra que se reeditó en 1803 con importantes modificaciones. El libro nació como consecuencia de las discusiones entre Malthus y su padre, quien, como buen discípulo de Godwin, sostenía que la miseria era una consecuencia del papel desempeñado por malas instituciones, ya que la Tierra podía alimentar a todos los seres humanos, y lo único necesario era que mejorase la asistencia pública contenida en las «leyes de pobres» inglesas, para conseguir así una mayor igualdad social.
Malthus difería radicalmente de esta teoría, pues sostenía que el crecimiento demográfico es mayor que el de los medios de subsistencia, afectados por la ley de rendimientos decrecientes. Así, mientras la población crece en progresión geométrica, la producción de alimentos lo hace en progresión aritmética. Los momentos de crisis de subsistencia se resolverían gracias a las hambrunas, guerras y epidemias por las que disminuiría la población, sobre todo la perteneciente a los grupos más desfavorecidos.
Éste es el mecanismo por el que, según sostenía Malthus, la naturaleza restablecía el equilibrio natural entre población y medios de subsistencia. La solución por él propuesta para evitar estas crisis era, entre otras, el matrimonio tardío y la continencia prematrimonial.
En otra obra menos conocida pero no por ello menos importante, publicada en 1820, Principios de economía política, considerados desde el punto de vista práctico, aportó el resto de su teoría respecto a las crisis y la demanda efectiva. A diferencia de los economistas de su época, se planteó qué actuaciones de política económica había que adoptar para evitarlas. Con este objetivo elaboró una teoría sobre las crisis, cuyas causas atribuyó al ahorro excesivo y a la insuficiencia de la demanda en relación a la producción. Razonó que el descenso de la demanda de productos, resultado de una contracción del consumo, conllevaba una disminución del ahorro invertido en la fabricación, a su vez, de nuevos productos.
Con ello creó el concepto de «demanda efectiva», cuya insuficiencia podía determinar un receso de la producción y, en consecuencia, una crisis económica. Definió claramente el efecto que sobre la producción causaba una insuficiencia de la demanda efectiva: «Si todas las personas se satisficieran con los alimentos más simples, los vestidos más pobres y las viviendas más humildes, seguramente no existirían otra clase de alimentos, vestidos y viviendas».
Sostuvo que podía existir un desequilibrio entre ahorro e inversión, y que el problema del excesivo crecimiento demográfico podía paliarse haciendo un esfuerzo por aumentar la producción. Además, fue contrario a creer, al revés que sus contemporáneos, en la neutralidad del papel del dinero. Sus aportaciones innovadoras despertaron la admiración de John Maynard Keynes, quien en su Teoría general (1936) se inspiró en las teorías malthusianas de la insuficiencia de la demanda para elaborar su principio de la demanda efectiva.


Jean Bautista Say






 Economista francés nacido el 5 de enero de 1767 y fallecido el 15 de noviembre de 1832. Es uno de los principales exponentes de la Escuela Clásica de economistas. Admirador de la obra de Adam Smith, e influenciado por otros economistas franceses como Turgot, Say ganó reconocimiento en toda Europa con su Tratado de Economía Política, cuya primera edición data de 1804. Say retoma muchas de las ideas de sus predecesores franceses y de Adam Smith, sistematizándolas en este magistral tratado, que incluye numerosas contribuciones originales, expresadas con una gran claridad de estilo. Algunos economistas de la escuela clásica inglesa, en particular McCulloch, seguidor de David Ricardo, consideraron que Say era meramente un divulgador y sistematizador de La Riqueza de las Naciones, pero se puede defender que las aportaciones que hizo fueron mucho más allá.
La célebre Ley de los Mercados que formuló como "los productos, en última instancia se intercambian por otros productos" es su contribución más famosa. Bautizada posteriormente como Ley de Say, constituye un elemento central de la economía clásica (al ser aceptada por Ricardo y Mill como una de las contribuciones más significativas al pensamiento económico). Su esencia es que, antes de poder demandar bienes hay que haber producido otros bienes para intercambiarlos por los bienes deseados (lo que implica una relación causa-efecto de la oferta hacia la demanda), y su corolario es que no pueden existir períodos prolongados de sobreproducción y subconsumo si el mercado no sufre interferencias. Las contracciones de la actividad productiva se deberán entonces, o bien a perturbaciones como las malas cosechas o las guerras, o a medidas de los gobiernos que influyan negativamente en la actividad económica, como subidas en los aranceles. Thomas Malthus y Sismondi, luego reivindicados por Keynes, rechazaron la ley argumentando la posibilidad de atesoramiento, que podría conducir al subconsumo. Say y otros clásicos respondieron aseverando que el atesoramiento era un fenómeno de importancia marginal.
Contrariamente a Smith y a los economistas clásicos ingleses como David Ricardo, Say se oponía firmemente a la teoría del valor trabajo (que consideraba, sucintamente, que la forma objetiva de medir el valor era mediante horas de trabajo), considerando que el fundamento del valor está en la utilidad que los distintos bienes reporten a las personas. Esta utilidad puede variar en función de la persona, del tiempo y del lugar. La concepción de Say es, por lo tanto, que el valor es subjetivo, lo que influye en otros economistas continentales, y, en Inglaterra después de su muerte, en Jevons y el nacimiento del marginalismo.
Otro aspecto importante en el que difiere de la escuela inglesa es en la crítica a las teorías ricardianas de la distribución de la renta, que tienen un sesgo marcadamente pesimista, con predicciones de un estado estacionario de estancamiento. Say, además de tomar una postura mucho más optimista, considera que estas teorías no tienen carácter científico, y que su rigor lógico se ve contrapesado por su dependencia de una cadena de supuestos poco realistas o muy discutibles (como el valor trabajo), así como por que la evidencia empírica no jugaba a su favor. Esta discrepancia profunda con Ricardo se debe también a una concepción del método de la ciencia económica, en la que los razonamientos deductivos han de vigilar su dependencia de los supuestos, tratando de no alejarse en exceso de la realidad, y no abusar de los ejemplos numéricos o algebraicos para no perder claridad.
Entre otros trazos distintivos del pensamiento de Say que gozan de actualidad está su énfasis en la importancia del empresario, que realiza una labor distinta de la del propietario del capital, así como en la importancia que otorga a los derechos de propiedad para el crecimiento.




















 







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